EL INSOMNIO DE LOS PECES - AUTOR: JAVIER PARRA - EDICIONES MATRACA - SEVILLA - 2018 - CAPITULO IV - LONDRES

EL INSOMNIO DE LOS PECES

AUTOR: JAVIER PARRA

CAPITULO - IV - LONDRES





 

Londres

 

Había visitado Londres en diferentes ocasiones, pero ésta era la primera vez que llegaba con la intención de quedarme más tiempo que el habitual de un viaje turístico. Todo empezó con la invitación que me hizo Dana, la medio inglesita amiga íntima de Kate, cuando acudí a despedir a esta última al Aeropuerto de Barajas de Madrid. Aquel día, mientras Kate se despedía algo más que efusivamente de Beto, y con el fin de hacer algo que ocupase tanto mi tiempo como mi mente, me dediqué a hacerles fotos. En ello estaba cuando llegó Dana, la compañera de Kate, y entonces preferí dedicarle mi tiempo a ella. La acompañé a facturar su equipaje y a tomar unas birras en la cafetería. Mientras tanto, Beto y Kate prolongaban sus afectuosas muestras de “amor” lejos del indiscreto objetivo de mi cámara fotográfica. Días después, observando las fotografías,  llegué a la conclusión de que les había importado un bledo que yo hubiera estado fotografiándoles, ellos simplemente estaban a lo suyo, es decir, metiéndose mano descaradamente a la vista del personal que transitaba de un lado a otro del Aeropuerto.. En cualquier caso, a partir de la llegada de Dana me desentendí de ellos y concentré toda mi antención en conocer con detalle las características físicas y mentales de la inglesita. Así que, después de tomarnos varias birras –la tía soplaba de lo lindo- y conversar sobre sus experiencias en la noche madrileña, me pidió que la acompañara a los aseos porque se estaba meando, cosa con la que inmediatamente me solidaricé porque a mí me estaba pasando lo mismo, nada extraño por la cantidad de birras que habíamos ingerido. Al llegar a los aseos, y cuando yo me iba a dirigir al que me correspondía por mi sexo, Dana me agarró de la muñeca y tiro de mí hacia el suyo. Por suerte, dentro del aseo de chicas sólo había una pava de la edad mas o menos de Dana que se limitó a esbozar una sonrisa cómplice a través del espejo, en el que se estaba mirando para pintarse los labios, y a seguir a lo suyo mientras nosotros nos encerrábamos en una de las cabinas de los meódromos. Colocamos mi bolsa de fotos y la mochila de Dana en el espacio que quedaba al descubierto por debajo de la puerta, al objeto de impedir, de alguna manera, que alguien pudiera intentar vernos por él. Dana se quitó el ajustado pantalón vaquero que llevaba y las braguitas, dejándose estas últimas a la mitad de las piernas, se subió  a la taza del water y en cuclillas se puso a mear para que yo pudiera observarla mientras lo hacía. Me puso tan cachondo que inmediatamente me saqué la polla y dejé que me la manipulara, a la vez que le metía la mano entre las piernas, acariciándole tanto el coño como el culo. El caso es que, como la tía no paraba de mear la puta cerveza y yo estaba a punto de reventar, empecé a mear sobre su coño y su barriga salpicando por todos lados. Cuando ambos acabamos, se bajó de la taza y se puso de espaldas, apoyándose en el depósito de la cisterna, y abrió sus piernas para que yo pudiera metérsela a tope. Supongo que el hecho de que no hubiera forma de que me corriera, se debía en parte a la situación y más probablemente a la coca que me había estado metiendo antes de llegar a Barajas con  Beto y Kate, el caso es que como no me corría, Dana se inclinó para hacerme una generosa mamada, a ver si así podía conseguirlo. Como la cosa tampoco funcionaba Dana decidió que se la metiera por el culo, cosa que, según me dijo, llevaba bastante tiempo deseando que le hicieran y que por falta de dureza del miembro o prejuicios de los tíos aun no había podido llevar a buen puerto. Además me dijo que mi polla, al no ser ni demasiado gruesa ni larga, era ideal para que su culo la recibiera sin resentirse demasiado. Me vertí saliva en la polla, y con bastante delicadeza, fui penetrándola poco a poco hasta que sentí que mis testículos rozaban su culo; le vino un orgasmo tan fuerte cuando me corrí, que tuve que taparle la boca con mi mano para que no se escucharan los gemidos que emitía. Cuando acabamos y nos recuperamos un poco del asunto, nos compusimos el vestuario como mejor pudimos y tras echar una ojeada  por debajo de la puerta para ver si estaba libre el campo, salimos nuevamente al exterior de los aseos. De lo que sucedió después sólo tengo vagos recuerdos, aparte de alguna fotografía que tomé antes de que Kate y Dana pasaran el control de pasajeros, y la insistente invitación de Dana para que me fuera  a Londres a pasar unos meses con ella mientras me besaba efusivamente y manoseaba mi sexo por encima del vaquero. Bueno a decir verdad, también recuerdo que ambos olíamos fuertemente a meados y que Dana llevaba mojada parte de la camiseta  y los vaqueros.     

Todos estos recuerdos rondaban por mi cabeza cuando el avión aterrizó en el aeropuerto londinense de Heathrow, seis meses después de la generosa invitación que Dana me había hecho en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. A pesar de que es muy habitual en mí marcharme de viaje de improviso y sin darle demasiadas vueltas, en este caso no fue así. La prueba de que la decisión la había meditado y no había sido un impulso del momento es que, en primer lugar, rechacé la proposición que me hizo Alma de vivir juntos, en segundo lugar tuve que conseguir un permiso especial de la agencia en la que colaboraba, y en tercer lugar dejé pagado el alquiler de siete meses – o alguno más, no lo recuerdo bien – en previsión de que mi estancia en Londres se alargara más de la cuenta.
Antes de embarcar llamé a Dana desde Madrid y acordamos que me reuniría con ella y con Kate por la tarde, en la puerta de H.M.V., en Oxford Street, que es posiblemente una de las tiendas más grandes de discos que existen en Londres, para dar tiempo a que ambas salieran del trabajo y de clase respectivamente. Mi avión tenía prevista la llegada a las 8,30 A.M., por lo que disponía de tiempo suficiente, hasta las 5 P.M. – hora en la que habíamos quedado – para recorrer aquellos lugares de los que no había podido disfrutar plenamente en mis anteriores viajes a Londres, sobre todo por ciertas compañías que más vale no recordar. Así que después de un agradable desayuno en el Centro Comercial que está situado en la popular arteria que es  Oxford Street - uno de mis lugares favoritos para reponer fuerzas - me  dirigí, en primer lugar, a Carnaby Street para disfrutar de un apacible y delicioso paseo de recuerdos. En las tiendas situadas en esta calle solía ir a comprarme ropa, allá por los años sesenta y setenta. Después de visitar Liberty´s regresé nuevamente a Oxford Street, dónde disfruté mirando los escaparates de las múltiples tiendas utilizadas como reclamo para los turistas y observando a los transeúntes tan variopintos que suelen pasear por esta arteria. Realicé de nuevo un alto en el camino y entré en uno de los agradables pubs situados cerca de mi calle favorita, Charing Croos, para disfrutar de mi primera cerveza en Londres y recuperar fuerzas para, posteriormente, poder  deleitarme con las innumerables librerías que hay en dicha calle, ideales para encontrar libros interesantísimos a precio muy por debajo de su coste real. Aún me quedaba bastante tiempo por delante y debía cargar con la mochila, la ropa y el equipo fotográfico, por lo que decidí ojear futuras adquisiciones y no comprar nada. Después de dos o tres horas deambulando entre libros caí en la tentación y compré una guía de Londres, una curiosísima edición en tamaño reducido de fotografías de Robert Mapplethorpe   y un ejemplar de  Trópico de Capricornio, de Henry Miller, en una cuidada edición en lengua alemana que formaría parte de mi ya larga colección de obras en diferentes idiomas de este escritor, al cual admiro.
Posteriormente me dirigí hacía el SOHO y deambulé, sin rumbo fijo, entre sus numerosas callejas parándome, de vez en cuando, en las diferentes tiendas, sobre todo en las de discos de segunda mano. En una tienda de ropa usada que visité me enrollé con Barbara, una tía muy extraña que hablaba en español porque era de padre alemán y madre española. Según me contó estaba en Londres trabajando de baby-sitter, en casa de un matrimonio de ejecutivos ingleses que en ese momento se encontraba de vacaciones en España. Al parecer tenían un apartamento en Mallorca y solían realizar frecuentes escapadas para disfrutar del sol español, motivo éste por el que disponía del piso londinense del matrimonio inglés a su entera disposición. Esto último me lo comentó pícaramente guiñándome un ojo. Había acudido al SOHO a comprar algunas cosas para renovar su vestuario, así que aprovechó el que nos enrollásemos para pedirme que la acompañara y la aconsejara sobre la ropa que pensaba adquirir. Como no tenía nada mejor que hacer hasta las 5 P.M. decidí ir con ella. Nos pateamos multitud de pequeñas tiendas de ropa de segunda mano y en cada una de ellas siempre encontraba algo que probarse, casualmente lo más extravagante y variopinto. El caso es que de tanto verla en bragas me fui poniendo cada vez más cachondo, así que aprovechando que en una de las tiendas el probador estaba discretamente apartado de miradas curiosas, detrás de un amplio perchero del que colgaban grandes abrigos, la metí mano y echamos un polvo salvaje. Sin bajarle las bragas, le separé las piernas y la incliné hacia la pared del probador. Después aparté la braguita hacia un lado para poder meterle la polla. Mientras la follaba le acariciaba los pechos por debajo de la camiseta. Casi cuando iba a correrme me pidió que le introdujera un dedo por el culo, estaba frenética y no paraba de moverse. Al final terminé bajándole las bragas y metiéndole la polla por el culo, pues de tanto introducirle el dedo con saliva se le había dilatado y me fue imposible resistirme a explorarlo y correrme dentro. Mientras yo le abonaba al dependiente pakistaní la camisa y una maxifalda que había elegido llevarse, Barbara aprovechó para limpiarse el coño con una camiseta de las que se había probado y que no pensaba comprar. Supongo que alguien terminaría comprándola y disfrutaría con el olor a polvo. Son cosas que suceden con más frecuencia de lo que pensamos aunque a veces nos neguemos a admitir que puedan ocurrir, pero a lo mejor la camiseta que usted lector o lectora lleva en estos momentos y compró en una de estas tiendas de segunda mano le ha servido a alguien, como le sirvió a Barbara, para limpiarse el coño después de echar un buen polvete. Terminamos almorzando juntos en un Burger King, y después de anotar su dirección y teléfono me despedí de ella con la promesa de que antes de regresar a Madrid volveríamos a repetir la follada en otro lugar diferente. Barbara, a pesar de sus diecisiete añitos recién cumplidos, según ella misma me dijo, tenía una amplia experiencia con los tíos. Eran incontables los hombres que se había beneficiado, incluyendo entre ellos al  ilustre abogado quien, junto a su amantísima esposa, también abogado, la había contratado para cuidar de sus adorados hijos. Posteriormente pude comprobar que no me había mentido sobre su amplia experiencia follatoria, pues al día siguiente amanecí con la polla llena de puntos rojos e hinchada como una berenjena. La muy guarra me había contagiado unas cándidas impresionantes, además de una infección, que tuve que tratar con antibióticos.

Sobre las 5,15 P.M. por fin me encontré con Dana. Me saludó efusivamente con un prolongado morreo, paseando su jugosa lengua por todos los recovecos de mi boca. Nos reuniríamos más tarde con Kate en el apartamento porque, a última hora, le había surgido un imprevisto y no había podido acudir a recibirme. Por lo visto había tenido algún problema con una de las clases a las que asistía para formarse como azafata de vuelo. Después de explicarme los motivos por los que Kate no había acudido a la cita,  Dana siguió besándome a la vez que me metía la mano dentro de los pantalones, agarrándome la polla con firmeza.  Estábamos tan excitados que, antes de ir hacia el apartamento, nos metimos en los aseos de H.M.V. y echamos un polvete de puta madre. Lo que en aquel momento no sabía era que le estaba contagiando la misma infección que Barbara me había transmitido a mí horas antes,  por lo que al día siguiente también Dana tuvo que ponerse en tratamiento. Tomamos el metro en dirección a Liverpool Street ya que, según me contó Dana, vivían en Fashiont Street, entre los barrios de Spitalfields y Whitechapel, muy cerca de los populares mercadillos de Petticoat Lane y Brick Lane Market. Antes de subir al apartamento, fuimos a comprar varias cosas que necesitábamos para cenar y además Dana aprovechó la ocasión para presentarme al dependiente de la tienda, un agradable chavalote de origen turco con el que a los pocos días había congeniado amigablemente. La tienda era uno de esos establecimientos, típicos por esa zona, regentados por turcos y que permanecen abiertos las veinticuatro horas del día. En la tienda del joven turco podías conseguir casi cualquier producto que necesitaras, por insólito o raro que pudiera parecer. Además de esta curiosa peculiaridad en cuanto a la diversidad de artículos se refiere, el joven turco era un habitual fumador de maría, así que aparte de abastecerme de alimentos me suministraba material. Me habitué a pasar largos ratos con él, colocándonos y charlando en una extraña mezcla de turco-español-ingles-italiano que estoy seguro que nadie excepto nosotros –y tengo mis dudas- entendía. Otra de las ventajas que tenía este establecimiento es que se encontraba al lado del portal de nuestra vivienda, lo que nos permitía bajar a comprar en gayumbos –en mi caso- o en bragas en el de las chicas, sin que causara la más mínima repulsa o comentario por parte de nadie, hecho habitual en una ciudad como Londres e impensable en nuestra puritana sociedad española,  por muy europeos que nos sintamos.

El apartamento era uno de tantos en los que había sido dividido en su día el gigantesco edificio, con el fin de convertirlo en viviendas subvencionadas por los servicios de asistencia social para jóvenes. Desgraciadamente, las chicas con las que iba a convivir tenían que pagar religiosamente su alquiler ya que el apartamento subvencionado estaba alquilado originariamente a otra persona quien, a su vez, se lo había arrendado a ellas.  Habían solicitado ayuda del Estado en varias ocasiones, la cual les había sido denegada en todas ellas, pero a pesar de ello no dejaban de intentarlo una y otra vez, con la esperanza de conseguirlo algún día. Dana y Kate compartían el apartamento con dos preciosas irlandesas que se habían instalado en Londres por decisión de sus respectivas familias, ante la situación de caos y terror que imperaba en Irlanda del Norte. Por esa época Polly estudiaba diseño gráfico y dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a pintar compulsivamente cuadros de estilo pop art, llegando algunos días a pintar tres o cuatro, que después solía regalar a sus amigos. Melissa estudiaba en la misma escuela que Kate, para azafata de vuelo. Dana era la única de las tres que además de estudiar periodismo en la universidad, trabajaba de camarera de jueves a domingo en una conocida discoteca de moda. 

El apartamento lo formaban dos habitaciones y un enorme salón en el que estaba integrada la cocina, separados ambos por un mostrador. El enorme salón era polivalente ya que además del uso que le correspondía como tal, servía como  estudio de pintura para Polly, como sala de estudio y lectura para Kate y Melissa, e incluso como improvisada redacción periodística para Dana y, a partir de mi llegada, también como improvisado plató  fotográfico donde posaban no sólo las chicas, sino también las innumerables “amiguitas” que fueron pasando por allí, fruto de mis correrías por los diferentes lugares que fui conociendo. Le faltó muy poco al salón para convertirse también en dormitorio, puesto que antes de mi llegada las chicas habían acordado que durmiera  en el sofá-cama. Al final Dana y Kate decidieron que era mucho mejor que durmiera con ellas, en su cama, ya que de esta forma no molestaría a nadie si un día decidía quedarme en la cama hasta más tarde. A los pocos días empecé a dormir indistintamente en una u otra habitación, según con cual de las chicas me enrollase para echar un polvete.

El ambiente que imperaba en el apartamento era acojonantemente bueno, pues incluso la limpieza que suele ser motivo de discordia en cualquier tipo de convivencia, allí no suponía ningún problema ya que habían acordado desde el principio, según me contaron, que no establecerían turnos para limpiar, sino que lo haría a quien le apeteciera y cuando le apeteciera. La teoría en la que se basaba esta decisión era que, según ellas, era más que probable que les entrara la “neura” y se pusieran a limpiar voluntariamente, sin necesidad de imponerlo por obligación. Debo decir que esas “neuras” brillaron por su ausencia en los seis meses que pasé allí, por lo que la teoría de las chicas se caía por su propio peso. Otra de las fuentes de conflicto en las convivencias es la logística, que también había sido solventada por las chicas desde el principio. El acuerdo era crear un fondo común. Introducían el dinero en un bote, el cual iban rellenando a medida que se iba vaciando. Además cada una de ellas podía comprar lo que le apeteciese, en función de sus gustos y preferencias, por lo que era bastante amplia la gama de alimentos que había tanto en el frigorífico como en la despensa. Por citar un ejemplo ilustrativo de su modo de abastecimiento según las preferencias, me referiré al desayuno. Tenía a mi disposición cuatro tipos diferentes de cereales, no sólo de marcas distintas sino de variedad, quesos, panes, mermeladas, plumcake, dos tipos de café, uno fuerte y otro tipo americano, una curiosa mezcla de tés que cada mañana se preparaba Melissa y los diferentes batidos que tomaba Kate y que también se preparaba diariamente para desayunar, en resumidas cuentas, era un desayuno más propio de un patricio romano que de un pobre transeúnte que pasaba por allí, allá por los noventa.

El baño era tema aparte. Al principio me quedé perplejo cuando me contaron que lo compartían con los inquilinos del apartamento de al lado. Los dos apartamentos – el de las chicas y el de Peter, un entrañable homosexual -  tenían acceso directo al cuarto de baño. Eran normales situaciones como entrar a mear y encontrarte a Peter  con alguno de sus ocasionales amantes enculándose en la bañera o encontrarte con una de las chicas lavándose el coño o depilándose mientras otra cagaba, meaba o se duchaba. Debo confesar que esta falta de intimidad era una de las cosas que peor llevé al principio ya que, se da la paradoja, que si hay algo que me cuesta hacer en compañía son mis necesidades fisiológicas. A la vista de las circunstancias no tuve más remedio que acostumbrarme  a cagar acompañado, después de más de diez días sin poder hacerlo, ya que mis opciones eran cagar públicamente o reventar. Mear, sin embargo, nunca me ha ocasionado ningún trauma por lo que cuando el W.C. estaba ocupado, utilizaba o  bien la bañera o bien el lavabo. También estaba solucionada la cuestión de la limpieza de este lugar, al parecer desde el principio Peter acordó con ellas que él se encargaría del asunto, lo cual convertía al cuarto de baño en el habitáculo más limpio de todo el apartamento, estando siempre impoluto. El resto era difícil que pasase los más elementales requisitos de salubridad e higiene.

Conecté con Peter desde el primer momento. Hablaba español con bastante corrección. Según me contó había estado en España en varias ocasiones, concretamente en Sitges, donde le gustaba veranear, así que nos podíamos comunicar perfectamente sin tener que recurrir a intérpretes o pretender que le entendiese en su excelente inglés nativo, del cual no pillaba ni media palabra. Era habitual que Peter me reprochara de vez en cuando que me follara a las chicas y que conviviese con ellas. Según él, no entendía como un tío como yo podía convivir con semejantes guarras ya que aparte de no ser limpias en la casa eran unas auténticas cerdas en el aseo personal. Peter estaba seguro de que no se limpiaban el culo ni cuando cagaban, lo había visto con sus propios ojos. Hay que reconocer que no le faltaban razones a sus malévolos y ladinos comentarios, pues según pude comprobar, además de desordenadas eran auténticamente guarras y sirva como ejemplo que la mayoría de las veces tiraban las braguitas a la basura ante la imposibilidad de eliminar las manchas producidas tras días y días de uso sin cambiárselas. Eso las veces que las usaban, pues lo normal era que no se las pusiesen, por lo que no quiero imaginarme como tendrían los tejanos por dentro. La ropa que usaban –y digo que usaban porque al tener la misma talla las cuatro, más o menos, se la ponían indistintamente—se amontonaba en cualquier rincón del apartamento, sin que ninguna se preocupara de si al ponerse algo estaba más o menos sucio. Sólo de vez en cuando llenaban un gran saco de viaje con la ropa sucia y lo llevaban a la lavandería de un pakistaní que se la devolvía limpia y  planchada por unas pocas libras. Por lo demás la convivencia era de lo más agradable. No existía entre ellas ningún tipo de rivalidad ni de mal rollo; tampoco discutían sobre quién ponía más o menos pasta para el mantenimiento de la casa, todo era de todas y todas podían hacer uso de cualquier cosa que hubiera en el apartamento. Para mí era un autentico privilegio compartir mi vida con ellas, era como vivir en el país de la jodienda ya que siempre tenía un coñito a mano dispuesto a recibir un polvete. La más folladora con diferencia era Dana, siempre dispuesta a joder, siendo también la más creativa y osada. Precisamente con Dana follé en los lugares más insólitos de todo Londres, llegando incluso a echar un polvete de pie mientras esperábamos en la cola de un concierto musical para entrar. Gracias a su largo abrigo pudimos echar el polvo ocultos de miradas indiscretas. Me saqué la polla y se la metí por debajo de la mini, que era el único obstáculo para llegar a su apertura vaginal, al no llevar bragas. En otra ocasión me obsequió con una mamada mientras estábamos en la parte superior de un bus, sentados al fondo; por suerte sólo subieron tres o cuatro personas que o bien no se dieron cuenta o bien nos ignoraron, el caso es que no prestararon la menor atención a lo que estábamos haciendo, o mejor dicho, a lo que Dana me estaba haciendo. Quizás la vez más comprometida fue cuando nos descubrió en plena faena la limpiadora de los aseos de los almacenes Harrod´s. Aún al día de hoy me acuerdo de la cara de estupor que puso la pobre señora cuando al abrir la puerta del aseo se encontró a un tío con los pantalones medio bajados enculando a una tía a la que además era difícil catalogar como tal, pues por esa época Dana llevaba el pelo casi tan corto como un chico a punto de entrar en el ejercito. Felizmente no ocurrió ningún percance. La pobre señora se limitó a emitir un grito de sorpresa, cerro rápidamente la puerta y nosotros pudimos acabar tranquilamente de echar el polvete. Al salir nos cruzamos con ella en el pasillo de los aseos y al vernos bajó la mirada y aceleró el paso.
Aparte de a estas lúdicas y hedonísticas diversiones, también dediqué parte de mi estancia en Londres a descubrir rincones insólitos que habitualmente pasan desapercibidos cuando vas simplemente de turista, y como no,  a asistir a la amplia variedad de actividades culturales que esta gran ciudad ofrece diariamente, tales como excelentes exposiciones o presentaciones de la índole más diversa, a la vez que fiestas muy parecidas a las habituales que suelen darse en los círculos intelectuales de Nueva York. También asistí a numerosos conciertos y actuaciones musicales de géneros diferentes. Me di cuenta que existe una gran diferencia entre el concepto de música que tienen los ingleses y el que tienen los españoles, sobre todo si tenemos en cuenta las pocas oportunidades que tenemos en España de poder ver y escuchar en directo a las grandes figuras del panorama musical, y lo mal que se organizan los conciertos, de manera que es muy difícil que el público disfrute del espectáculo plenamente. En Londres es una auténtica delicia asistir a un concierto; la primera sorpresa es que la entrada te da derecho a un asiento; la segunda sorpresa, no menos importante que la primera, es el gran respeto que el público tiene hacia el artista, escuchándose la música a la perfección y no con un barullo de voces, como aquí, que habitualmente impide escuchar el concierto. Al día de hoy sigo sin entender como en España se pueden pagar esas cantidades tan exageradas para entrar en un concierto, partiendo del hecho de que el espectador no va a poder, prácticamente, ver ni escuchar el espectáculo, aparte de los malos modos que va a tener que aguantar por parte de los descerebrados que están en las puertas de acceso, pidiendo las entradas. Personalmente creo que deberíamos dejar de asistir a estos conciertos tan mal organizados –merece la pena ahorrar un poco más de dinero y asistir a ellos en cualquier otro país de Europa—y que acudan solamente a ellos los hijos de puta que se forran organizándolos. Otra característica que nos diferencia a los españolitos de los ingleses en este aspecto, es el silencio con el que la gente se toma sus birras o sus cubatas en cualquier pub, mientras actúa el grupo o el cantante de turno. Debo confesar que el ambiente relajado y más bien silencioso que se disfruta en la mayoría de los pubs, cafeterías o restaurantes –a pesar de estar tan abarrotados como lo pueden estar en nuestro país—es uno de los encantos que me cautivan de Londres. Siempre que regreso a Madrid, después de haber estado en cualquier otro país con estas características, me cuesta incorporarme al griterío y la mala educación del nuestro; es una pena pero es así, que le vamos a hacer, he salido del molde un poco rarito y me suele dar por culo tener que aguantar a la cada día más creciente chusma de maleducados, vociferantes e incultos que puebla nuestra geografía, y que conste que me importa una mierda lo políticamente correcto o incorrecto, simplemente me molestan cantidad los emigrantes que huelen mal y no se adaptan a nuestra cultura, ¿o acaso tendremos que adaptarnos nosotros a la suya?. Me gusta en este aspecto, aunque contradiga la forma de pensar que me ha acompañado durante tantos años y que ahora empieza a cambiar gracias a tanto extranjero guarro e incivilizado, el clasismo que aún mantiene en muchos aspectos la sociedad inglesa. Bien como ya me he desahogado y me encuentro mucho, pero que mucho mejor, sigamos con el relato de mis andanzas por el viejo Londres. Y para no parecer anti-español, que no lo soy, mencionaré un aspecto que pude observar, al menos en algunas de las chicas con las que tuve contacto más o menos íntimo, y que no deja en muy buen lugar la higiene de las inglesitas. Un día descubrí  por qué la ropa interior allí es tan barata en almacenes tipo Marks and Spencer, la razón es que la ducha diaria es un hábito que aún no ha llegado a instaurarse y por ende raramente se lavan el coño. Cuando finalmente una inspiración divina les recuerda que han de pasar por la ducha, les merece más la pena tirar las bragas a la basura que lavarlas. En el aspecto higiénico – sin ánimo de generalizar -  dejan mucho que desear con respecto a las españolas y aún más con respecto a los tan bien cuidados y apetecibles coñitos de las francesas, que no sólo huelen a coño limpio y saludable sino que además saben de puta madre, si matizo ésto es porque últimamente he podido detectar en las mujeres de nuestro país un excesivo uso de jabones íntimos que si bien es cierto que dejan muy limpio el coño, también es cierto que matan el encanto de su genuino olor y sabor. Volviendo a los coñitos ingleses una de dos, o estabas muy desesperado por comerte uno – excesivo tiempo sin catarlo se entiende — o muy colocado. Las veces que me comí uno yo estaba entre los “muy pero que muy colocados” por lo que hasta me parecían impolutos. En cualquier caso, al menos con mis cuatro compañeras de apartamento, tenía garantizado que se lo lavaban antes de follar conmigo. Kate al ser española, aunque había nacido en Australia, era la más limpia y la única que usaba diariamente la ducha – quizás fue esto lo que más me enamoró de ella -. Dana, aunque no era muy partidaria de la ducha diaria, al menos solía lavarse el coño diariamente e incluso pude observar que también se lavaba las axilas para salir a la calle. En cuanto a Polly y Melissa supongo que por su ascendencia irlandesa eran, dentro de lo que cabe, bastante menos guarras que las inglesas y podía comerme con tranquilidad sus coñitos con la garantía de que estaban en buenas condiciones de conservación, al menos se duchaban dos o tres veces a la semana, otra cosa diferente es que se cambiaran de bragas o no.
Quitando los días en los que me dedicaba única y exclusivamente a drogarme a tope y a follar, solía levantarme pronto y salir a primera hora del día a pasear. Cuando visito otros países prefiero conocer sus costumbres, su gente, su ambiente y sus peculiaridades antes que visitar museos, palacetes o monumentos, tan apreciados por los turistas-borregos. Esto me beneficia no sólo en que raramente coincido con este rebaño en mi camino, sino en que además puedo disfrutar sin incordio de espacios y lugares más bien solitarios o simplemente habitados por los lugareños. De esta manera fui descubriendo un Londres menos glamouroso y turístico que el que habitualmente nos suelen mostrar los folletos turísticos. Al recorrer los suburbios me di cuenta de que no hay tantas diferencias con los de  Madrid, Berlin o Nueva York; miseria hay en todas partes pero su cara más amarga siempre se oculta en los extrarradios de las grandes ciudades, aunque por otro lado es en estos lugares donde descubres la mejor gente, ya que el centro de las ciudades ha sido tomado, en la mayoría de los casos, por los grandes comercios, las entidades financieras y la gente adinerada gracias a la cual mil ojos nos acechan en forma de cámaras de seguridad, vigilantes privados y cualquier artilugio que sirva para mantenernos alejados de sus propiedades. Cada día entiendo menos los viajes a París, Londres o cualquier otra ciudad semejante con la finalidad de ir de compras a los grandes complejos comerciales. Es incomprensible que la gente vaya a estas ciudades a comprar compulsivamente en tiendas pertenecientes a multinacionales como Calvin Klein, Benetton, Givenchi  o tantas otras similares, cuando en su propia ciudad las tienen iguales e incluso con precios más asequibles. Supongo que debe ser algún consejo que los psicólogos y psicoanalistas dan a sus pacientes con el fin de deshacerse de sus neuras.
Aunque parezca contradictorio con lo dicho anteriormente, debo confesar que a veces me dejaba caer por estas zonas o áreas consideradas, comercialmente hablando, como turísticas. Lugares como Oxford Street, Regent Street, Picadilly Circus, Tottenham Court, las callejuelas del Soho y sobre todo Charing Croos Road con sus innumerables librerías eran parte de mi circuito favorito, en el que por supuesto incluyo la zona del Covent Garden y Hyde Park e incluso porque no lo voy a reconocer, la tradicional Trafalgar Square. No pretendo justificarme, pero la razón de mis incursiones por estas zonas era generalmente para adquirir libros, discos e incluso ropa, aparte de poder observar la pintoresca fauna humana que habitualmente transita por allí. Otra razón era la enorme facilidad con la que podías enrollarte con tías que estaban de paso por Londres, sobre todo, norteamericanas en busca de aventuras en el Viejo Continente y españolitas en viaje de fin de curso que con la excusa de la alegría que produce haber terminado un ciclo, se abren a cualquier experiencia que a buen seguro no llevarían a cabo en su lugar de residencia habitual. También podías encontrar con cierta facilidad coñitos sudamericanos, sobre todo brasileños, argentinos y colombianos. En resumen, en esa época no faltaba material por las calles londinenses para echar un polvete.
Las drogas, al igual que el sexo, se conseguían fácilmente. Abundaban, y a diferencia de años posteriores, con una calidad inmejorable, incluso en algunos casos con una pureza de casi un cien por cien. Podías, si tenías buenos contactos, encontrar marihuana colombiana de excelente calidad, cocaína, igualmente colombiana, de una pureza inimaginable al día de hoy, LSD genuino, e incluso una amplísima oferta de anfetas y demás tipos de pastillas. Personalmente me incliné por la marihuana y la coca, tomando en sólo dos o tres ocasiones LSD. Del resto de la oferta pasé olímpicamente. Nunca me han gustado las anfetas ni las demás clases de pastillas que la peña se toma a puñados, tan solo un día probé una de éxtasis para experimentar que coño pasaba. Del suministro de cocaína se encargaba Kate quien estaba realmente enganchada, aunque ella lo negaba insistentemente una y otra vez. Siempre nos soltaba el rollo de que ella podía dejarla cuando le apeteciera, en cualquier caso, era quien nos proporcionaba el material y se encargaba de que no faltase nunca y siempre de la mejor calidad. Para ella el objetivo de la droga no consistía en la evasión, sino en aumentar el placer hasta el límite. En estado normal ya era bastante desinhibida así que bajo los efectos de la coca se desmadraba por completo. Como ejemplo recuerdo un día que estaba puesta hasta las cejas y me  pidió que le frotase el clítoris con la coca mientras le introducía la polla por el culo. Se puso  tan fuera de sí que se meó y se corrió al mismo tiempo, aparte de cagarse nada más sacarle la picha del culo. Según me contó después, cuando se recuperó del colocón, se le habían distendido todos los músculos del cuerpo, incluidos los del esfínter, de tal manera que le fue imposible controlarlos. Se quedó tan desmadejada, relajada y con un estado tal de laxitud que tuve que meterla en la bañera y lavarla como si se tratara de un bebé. Posteriormente me estuvo agradeciendo, durante bastantes días, que la hubiera tratado con tanta delicadeza.

Dana, por el contrario, no necesitaba ningún tipo de droga para estar cachonda, alegre y feliz. A pesar de ello era la encargada de proveernos de marihuana. Tenía un colega en el Centro de Arte que se la pasaba directamente con una calidad insuperable, así que todos estábamos apuntados en la lista de beneficiarios de tan exquisita planta. Su verdadero vicio era el sexo al que podía, como ya he contado anteriormente, aportar cualquier improvisación o idea disparatada que se le pudiera ocurrir. En este aspecto era una auténtica cabezota y como se le metiera alguna idea delirante en su cerebro, no había nadie capaz de hacerle comprender que materializarla era del todo imposible. Experimenté en carne propia una de esas ideas delirantes que de repente se le ocurrían. Intenté por todos los medios convencerla de la incompatibilidad entre llevar a cabo su ocurrencia y no meternos en un buen lío. No tuve éxito en esta empresa y al final, más por evitar discutir con ella que por que me atrajese la historia, accedí a su petición. Se le había metido en su linda cabecita que teníamos que echar un polvo en uno de los bancos de una iglesia que estaba, para más cachondeo, cercana a nuestra vivienda. El templo estaba completamente vacío y silencioso, así que pensé que al final no sería para tanto. Cuando estábamos en el mejor momento de la follada y a punto de corrernos nos pilló una tipeja, de esas típicas beatas que pululan a todas horas por las iglesias, y se puso a gritar como una auténtica demente, llamando a la policía y al cura. Nos pegamos un susto de tres pares de cojones al oír a la tía histérica. El susto se volvió pánico cuando le vimos el careto que tenía y nos fuimos de allí corriendo como posesos, más que porque nos fuera a trincar la pasma – que casi nos coge – por el acojone de lo fea que era la tía, que parecía salida de una película de terror tipo “El Exorcista”. Una semana después volvimos a la misma iglesia y vertimos en la pileta del agua bendita una botella con orina recién salida de fábrica.

Cuando llevaba en Londres más o menos un par de meses apareció, inesperadamente, Alma procedente de París, donde había estado realizando un reportaje fotográfico para  una revista francesa de moda juvenil. Según nos comentó, pasaría unos días con nosotros y después se marcharía a Nueva York para realizar otros trabajos que tenía pendientes desde hacía algún tiempo. Posteriormente supe que la realidad era muy diferente a la historia que nos contó. El motivo de su marcha a Nueva York era huir de un par de tipos a los que debía una gran suma de dinero. Alma y Kate ya se conocían de haber coincidido en algunas ocasiones en Madrid. A pesar de que no tenían nada en común, a excepción de la afición de ambas por la coca, se llevaban bastante bien. El resto de las chicas no la conocían, pero Alma no tardó en sacar toda su artillería de seducción y en poco tiempo las tenía comiendo en la palma de su mano. Tenía una facultad especial para embaucar a cualquier persona, ya fuera hombre o mujer, y hacer con ella lo que se le viniera en gana. Incluso sedujo al bueno de Peter, misógino por excelencia,  quien pensó que Alma era una especie de ángel, limpia y ordenada. Cambiaría obligadamente de opinión una semana después, cuando el ángel se convirtió en el demonio que realmente era.  En una ocasión vomitó en el fregadero de su cocina después un gran colocón. Posteriormente creyó que le había robado una pitillera de plata y tres relojes antiguos de una colección que con gran esfuerzo económico estaba creando, no volviendo a dirigirle le palabra hasta algunos días después, cuando se descubrió que realmente no fue Alma quien se había llevado estos objetos.

Pasó con nosotros una semana y media que a mí me parecieron meses de auténtico caos. Alma estaba pasando por una mala racha, quizás una de las peores de su vida, y yo tampoco me encontraba en uno de mis mejores momentos, así que nos convertimos en una mezcla explosiva. Desde el momento que apareció por el apartamento no paramos de esnifar y beber. Comíamos lo imprescindible para sobrevivir, y en los pocos y raros momentos en los que yo tenía una erección, follábamos hasta la extenuación como si la vida nos fuera en ello. Al cuarto día de este desmadre le vino la menstruación y se le ocurrió la brillante idea de no ponerse ni bragas ni tampax ni compresas, así que se pasaba el día manchándolo todo de sangre. Afortunadamente las chicas se lo tomaron con la típica flema inglesa y no le dieron demasiada importancia, eso sí, las manchas de sangre cada vez eran más abundantes y corríamos el peligro de coger alguna infección. Al final fue Kate quien tomó el mando de la situación y convenció a Alma para que se duchara con ella. Incluso la convenció para que se pusiera unas braguitas y así evitar que lo pusiera todo perdido de sangre. Cuando salió de la ducha no parecía la misma persona que minutos antes se había estado paseando desnuda por la casa, embadurnada de sangre, esperma y demás sustancias. Su metamorfosis había sido tal, que Dana quedó prendada de ella. Al final terminaron acostándose juntas ya que tanto Dana como Alma eran bisexuales.

Kate, Alma y yo nunca habíamos coincidido juntos en un mismo lugar hasta la visita de Alma al apartamento. Un día Kate, precisamente para celebrar tal coincidencia, decidió invitarnos a Alma y a mí a cenar en un restaurante chino. Para tan magna ocasión decidieron ponerse sus mejores galas. Kate eligió para la ocasión un conjunto de Armani que parecía diseñado expresamente para ella y que consistía en una preciosa falda mini de tipo escocesa que iba a juego con un mini-top que le tapaba sólo parte de los pechos, y eso que Kate no los tenía precisamente grandes. Como complementos llevaba un par de botas altas, casi hasta las rodillas, de color rojo bermellón, y para combatir el frío de la noche, escogió un abrigo largo de piel, igualmente de un rojo intenso. Estaba totalmente arrebatadora. Su pelo corto, teñido de un rubio dorado, y sus intensos ojos verdes contribuían a irradiar una imagen difícilmente separable de la de las habituales modelos que aparecen en revistas como Face, Vogue o Elle.

Alma no le iba a la zaga. Su atuendo estaba compuesto por una super mini color celeste que dejaba ver perfectamente las braguitas que llevaba debajo, una camiseta blanca con el nombre en el pecho de su creador favorito: Calvin Klein, unas deportivas también celestes, marca Reebok, a juego con una especie de anorak corto, igualmente de la firma Calvin Klein. Su corto pelo rojo contrastaba con el amarillo de sus ojos, conseguido gracias a unas lentillas que se había puesto especialmente para la ocasión para que sus ojos verdes no compitieran con los de Kate. Usaba un maquillaje muy suave que le daba un aspecto aniñado a la vez que romántico, parecía más una adolescente que una mujer de treinta y tantos años como realmente era, pudiendo competir con cualquier lolita adolescente.

La cena transcurrió tranquila y sin sobresaltos, sólo interrumpida de vez en cuando por alguna que otra escapada por turnos a los aseos para esnifar una rayita de coca.  Tras la cena acudimos a una fiesta particular, que habían organizado unos amigos de Melissa y Kate con el fin de celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Melissa, que fue a la primera que vimos nada más aparecer por la fiesta, llevaba un traje negro muy ajustado y escotado, corto, más bien yo diría super corto, con el complemento insólito de unas botas de tipo militar. Su larga y rizada melena pelirroja  complementada con sus innumerables pecas alrededor de la cara delataban sin dudas su origen irlandés; estaba francamente preciosa.

Dana había llegado con bastante anticipación a la fiesta y llevaba ya algún tiempo pululando por allí. Ella se había decidido por su habitual indumentaria de “diario”, y llevaba puesto sus inseparables vaqueros Lee súper ajustados, con una camisola que se había comprado en unas vacaciones en Ibiza. Como calzado se había puesto sus también inseparables deportivas Nike de color rojo. El pelo se lo había recogido en dos coletas, jugando también a dar una imagen inocente y aniñada de adolescente desvalida. Al rato de llegar estábamos plenamente integrados en el sarao y comprobamos que no faltaba absolutamente de nada. Teníamos a nuestra disposición todo tipo de bebidas y drogas, precisamente fue en esta ocasión cuando probé por primera vez auténtico LSD, sin ninguna adulteración. Compartí la experiencia con Kate, teniendo ambos un buen “viaje” durante toda la noche y parte de día siguiente. De pronto terminaban sus efectos psicodélicos, y cuando menos lo esperábamos, volvían a aparecer, de hecho, esta rara sensación se mantuvo en nosotros casi toda la semana sólo que el fenómeno se fue espaciando a medida que pasaba el tiempo. Polly fue la que se encargó de acercarnos a casa, pues al parecer ni Kate, Dana, Melissa  ni yo estábamos en condiciones de ir por nuestros propios medios. Alma apareció dos días después de esta movida sin tener nada claro dónde había pasado todo ese tiempo. Sólo se acordaba de que se había puesto hasta el culo de coca y de bourbon y de que se despertó hacía poco tiempo en el apartamento de un tipo llamado Paul Z. que al parecer era el que había estado con ella. Polly descubrió, por las referencias de Alma, que el tal Paul Z. era un conocido presentador de la BBC adicto entre otras cosas al opio, por lo que seguramente lo que habían ingerido ambos era esta sustancia, y por eso Alma estaba tan descolocada sin recordar prácticamente nada de lo que había hecho.

Kate se quedó conmigo dos días en el apartamento, sin salir para nada, para entre otras cosas dejar que se nos fuera definitivamente el efecto del LSD. Durante este tiempo en que permanecimos casi en clausura, nos dedicamos a escuchar música y sobre todo, a hacernos fotos en actitudes erótico-pornográficas. Incluso dejamos que Polly nos dibujase, en varias ocasiones, follando o masturbándonos. Llegó a dibujarme mientras, sentado en la taza del water, intentaba evacuar mi intestino. A Kate la dibujó mientras se introducía por el coño y el ano los objetos más inverosímiles y raros que encontraba por el apartamento. Melissa y Peter –en compañía de George, el nuevo chico de este último- se lo pasaron genial con todas las guarradas que se nos ocurrieron a Kate y a mí durante estos dos largos días de encierro voluntario. Incluso Peter aprovechó el buen rollito que teníamos para conseguir algo que había deseado desde que llegué al apartamento: hacerme una mamada. La mamada que me hizo Peter la inmortalizó Alma con su cámara, quien por cierto, ya se había reconciliado con Peter al descubrir éste que realmente quien le había levantado los objetos que le faltaron en su día fue el chico con el que convivía entonces. Polly también se prestó a dejarse fotografiar por Alma mientras se meaba de pie con las bragas puestas.

Supongo que algo ocurrió en estos dos días entre Kate y yo, porqué a partir de este encierro nos enrollamos como pareja. Hasta Alma, nada más llegar al apartamento, se dio cuenta de inmediato de que había algo especial entre nosotros dos. Según ella estábamos hechos el uno para el otro, así que se dedicó a animarnos a que nos planteáramos incluso el vivir juntos. Afirmaba que terminaríamos casados y con algún hijo adoptado.

Dos días después acompañé a Alma al aeropuerto para que cogiera el avión que la llevaría a Nueva York, según tenía previsto. Durante el camino hacia el aeropuerto apenas cruzamos un par de palabras y de esas parcas palabras ningunas se refirieron a nosotros dos. Nos despedimos con un beso pero justo cuando pasó el control de pasajeros, detrás de las cabinas de detección de metales, me dijo casi a gritos algo que me dejó aturdido y perplejo durante unos cuantos días hasta que fui capaz de reaccionar. Según ella el motivo de haber viajado a Londres no era otro que el de pedirme que viviéramos juntos, contestándome así a una propuesta que yo le había hecho un año atrás más o menos, propuesta que ella no aceptó en su momento y que incluso se negó a estudiar tajantemente, al menos como una posibilidad de futuro. Pasado el tiempo, y a día de hoy, sólo me queda de aquel momento el vago recuerdo de sus ojos llenos de lagrimas perdiéndose tras la puerta de embarque y mi imposibilidad para poder decirle absolutamente nada. Me quedé paralizado con la mirada perdida en aquella puerta por la que desapareció Alma. Según parece, debí de permanecer bastante tiempo deambulando por el aeropuerto, pues cuando llegué a la salida de la boca de metro cercana al apartamento, me encontré a Kate esperándome con cara de preocupación. Pensaba, debido al tiempo que había tardado en llegar, que me había ocurrido algo.

Después de la marcha de Alma, Kate y yo empezamos a mantener una relación más normalizada, casi como la de una pareja convencional. Dedicábamos la mayor parte de nuestro tiempo a estar el uno con el otro, incluso iba a recogerla, con bastante asiduidad, a la salida de sus clases para dar un paseo juntos y así poder disfrutar de una cierta intimidad. Pese a ello seguimos compartiendo la cama con Dana, sólo que raramente follábamos ella y yo, sólo en alguna que otra ocasión, coincidiendo con las veces en las que Kate tenía que marcharse durante un par de días para realizar sus prácticas de vuelo, nos tomábamos la revancha y follábamos a tope. Polly también aprovechaba las ausencias de Kate para proponerme alguna de sus ingeniosas guarradas. Sobre todo solía pedirme que la follara analmente mientras ella se masturbaba con un extraño artilugio que había adquirido en un sex-shop que más bien parecía una araña peluda que un vibrador, y que según decía la ponía a mil por hora.

Aparte de a drogarme, beber y follar compulsivamente, dedicaba parte de mi tiempo a asistir a eventos de índole cultural y artística. De hecho asistí, entre otros, a los conciertos de Lou Reed, Ray Davis con sus antiguos compañeros de The Kinks, Van Morrison – un concierto que no olvidaré nunca y en el que se superó a sí mismo-, Deep Purple, Carlos Santana que por esa época estaba devaluado, Mick Taylor, ex componente de los Rolling Stones quien me causó una excelente impresión como músico pero una pésima visión como persona, estaba fofo, descuidado en su aspecto y había perdido todo el glamour que irradiaba en la época del LP Sticky Fingers, otro concierto memorable al que pude asistir fue a uno de Eric Clapton  que contó como invitados nada más y nada menos que con Ringo Starr  y George Harrison, todo un lujo. Tuve también oportunidad de asistir a un concierto especial para la prensa musical especializada que dio John Cale,  que fue uno de los miembros de The Velvet Underground. Fue una actuación a la altura de la leyenda que representa, creo que no defraudó absolutamente a ninguno de los críticos y entendidos en música que allí estábamos –privilegios de pertenecer  a la denominada profesión “canalla”-. Posteriormente pudimos conversar con él en una improvisada rueda de prensa, donde a diferencia de su ex compañero Lou Reed, no eludió comentar anécdotas de su etapa en The Velvet Underground.

Visité en varias ocasiones el British Museum, la Tate Gallery y la National Gallery, para ver sobre todo, en esta última, los excelentes Van Gogh, Monet, Manet y Cèzanne que posee. También visité diferentes exposiciones que se celebraban por esos días en Londres como la monográfica dedicada a Andy Warhol, otra de David Salle y una extraordinaria de Lucian Freud que me impresionó por la intensidad psicológica que reflejaban sus retratos, como si penetrara dentro del alma de las personas que posan para él. Creo que es uno de los mejores pintores del siglo XX, de los que actualmente aún están vivos. En cuanto al tema de la fotografía, acudí fundamentalmente a exposiciones de las denominadas jóvenes promesas, es decir, los nuevos valores en este arte, esperando ver algo verdaderamente innovador. La verdad es que después de patearme innumerables salas de exposiciones terminé aburrido y decepcionado, no puedo decir que viera nada que realmente pudiera denominarse objetivamente como algo nuevo, todo era repetitivo y basado en fórmulas ya trabajadas anteriormente, en una palabra nada de nada. Todo lo que vi simplemente trataba de escandalizar con casquería, desnudos provocativos en actitudes cuasi-pornograficas y demás guarradas por el estilo, sin que nada se acercara a la sensualidad y la belleza que se puede apreciar en fotógrafos como Mapplethorpe o Sally Man entre otros.

Otra de las ventajas que tiene residir en Londres, es la oportunidad de poder encontrarte cara a cara con Paul McCartney que desciende de un coche para entrar en un conocido restaurante, o la inesperada sorpresa de la actuación del batería de los Rolling Stones, Charley Wats y su banda en un pequeño local. Precisamente viendo y escuchando a este genial músico de la escena de los años sesenta fue cuando me ocurrió uno de los acontecimientos insólitos que también guarda Londres para los que como yo la visitamos de vez en cuando. Al bajar a los meódromos para evacuar las varias birras que ya me había bebido, me encontré con que el urinario de tíos estaba ocupado por un par de tipos que estaban echando la pota, como el asunto no era muy  agradable que digamos decidí sin más acudir al de tías que estaba junto enfrente. Abrí con cierta precaución la puerta y tras comprobar que estaba vacío me colé con la única y prometo que sana pretensión de mear con tranquilidad. Cuando estaba más a gusto noté que alguien me estaba empezando a meter mano por detrás, acariciándome los testículos. Sin dejar de mear, me giré para ver a quien correspondía la mano que me estaba sobando descubriendo, para mi asombro, que se trataba de una tía que me sonreía bobaliconamente, con un rostro que evidenciaba un fuerte colocón. Su sobeteos terminaron por paralizar mi meada, y en contrapartida, me produjeron una gran erección. Le metí la mano por debajo de la falda y la fui introduciendo poco a poco, entre sus bragas, hasta alcanzar su coñito. A la vez, con la otra mano, le acaricié los pechos por debajo de la camiseta. No hizo falta que pasara mucho tiempo para que se quitase la falda y se bajase las bragas. Se dio la vuelta y me ofreció su generoso culo que ella misma se encargó de abrir con sus dos manos, inclinándose para que le metiera la polla. Me dijo que la meara antes de metérsela, o al menos eso es lo que yo entendí. Debí de entenderla bien porque según la estaba regando se separó más aún las nalgas para que el chorro le entrara bien por el ojete del culo. Cuando acabé de mearla me asió de la polla con una mano y se puso a chupármela frenéticamente hasta que consiguió que me corriera, tragándose hasta la última gota de semen. Después de esta mamada intenté metérsela pero ella no quiso porque, según me comentó, tenía un miedo terrible a contagiarse de alguna infección, así que volvió a trincarme la polla y me hizo una buenísima paja para que me bajara la erección que me quedó después de la mamada. Antes de abandonar el aseo, la tía sacó un espejito y preparó cuatro grandes rayas de coca, invitándome a que me esnifara un par de ellas. Debo confesar que nunca más en mi vida he probado una coca de tal pureza como la que me dió a probar. Nada más esnifarla sentí como si galoparan por dentro de mi cabeza una manada de toros salvajes, fue como una coz en la nuca, en cualquier caso, sentí que me ponía a mil por hora, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho del acelerón que tenía. Salí del aseo a toda prisa en busca de Kate, quien me esperaba arriba en la barra, para pillarla y echar un polvo salvaje, pues la puta droga me había vuelto a poner la polla más dura que un trozo de acero. No pude esperar a que llegásemos al apartamento, y aprovechando el hueco interior del escaparate de un C & A, le medio arranqué las bragas y le metí la polla hasta que sentí como le daba golpes con mis huevos. Ni siquiera reparé en que había gente pasando a nuestro lado y que en muchos de los casos se quedaban mirándonos. De lo que sí me di cuenta es que a través de la puerta de cristal del establecimiento el vigilante nos estaba llamando al orden. Estaba tan excitado que no paré hasta eyacular. Sólo entonces hice caso al vigilante, que ya empezaba a mostrar síntomas de llamar a la policía, y nos largamos sin guardarme la polla, pues después de caminar un rato me percaté de que la llevaba colgando por fuera del pantalón.

Más o menos cuando ya llevaba unos tres o cuatro meses en Londres, me enteré de por qué el baño lo compartían Peter y las chicas. Todo tiene una lógica, sólo hace falta encontrarla, y en este caso aquella zona compartida tenía una explicación racional. En un principio ambos apartamentos habían formado parte de un todo, es decir, aquello en origen era un solo piso en el que había vivido una típica familia burguesa,  hasta que un día el matrimonio se divorció y ella, que fue la beneficiaria de quedarse con el piso, decidió dividirlo en dos apartamentos con el baño compartido. Supe del asunto porque un día de los que yo me encontraba solo en el apartamento llamó a la puerta una tía que dijo ser la casera y que venía a cobrar la renta de la mensualidad. Como yo no tenía ni puta idea, le abrí la puerta y le dije que si quería podía esperar allí dentro a que llegaran las chicas y Peter que tampoco se encontraba en esos momentos en el suyo. La pava aceptó de buen grado y empezó a contarme que ella veraneaba en España desde hacía algunos años, ya que tenía un apartamento en Altea, incluso conversaba bastante aceptablemente en español. Después de ésto, fue cuando me contó lo de su divorcio y la explicación del baño compartido, para a continuación preguntarme ella que qué era lo que hacía yo en Londres. Sobre la marcha, me inventé la historia de un reportaje que estaba haciendo sobre las diferencias entre las familias inglesas y las españolas, por encargo de un suplemento dominical de un conocido diario español. Con el simple ánimo de hacer más verosímil mi historia le propuse que me sería muy útil realizarle, si ella aceptaba, unas cuantas fotografías para ilustrar mi artículo, donde ella podría representar muy adecuadamente un prototipo de la clase media burguesa. Para mi sorpresa aceptó de inmediato, así que no tuve más remedio que improvisar unas cuantas poses con deferentes fondos para que pareciera que estábamos en un hogar más convencional del que nos encontrábamos. Después de tirarle diez o doce fotos, le comenté que tenía suficientes para lo que necesitaba, sin embargo, observé que la tía estaba dispuesta a que le hiciera algunas más, así que sin pensarlo mucho, le pregunté si le apetecería que le hiciera algunas fotos desnuda. Por un instante creí que iba a ponerse borde y me mandaría a tomar por culo, pero para mi sorpresa me sonrió pícaramente y me dijo que sí, solo que con una condición, y ésta era que cuando revelase el material le entregara a ella los negativos junto a una copia. A mí me dejaba la opción de quedarme con otro juego de copias. Acepté de inmediato. La tía aparentaba más o menos unos treinta y seis  años y además se conservaba estupendamente pues su piel no tenía la más mínima arruga, aparte de tenerla muy suave al tacto. Se notaba que se pasaba bastantes horas del día dedicada solamente a cuidar su cuerpo. Tenía unos pechos muy pequeños en proporción a su estatura y envergadura, sin embargo no afeaba su aspecto para nada, todo lo contrario llamaban más la atención por lo puntiagudos que los tenía para su edad. Otra característica a destacar de su figura era su extremada delgadez, pero que tampoco afeaba su aspecto. Lo que sí me sorprendió inmediatamente, nada más verlo, fue su clítoris. Era descomunal y sobresalía ostensiblemente entre la abundante mata de vello que cubría su coño. Nunca antes había visto un clítoris semejante, ni he vuelto a verlo de ese tamaño nunca más. Depués de la sorpresa, le hice fotos en diferentes poses y fui observando como la tía empezaba a ponerse cada vez más cachonda. Una de las veces que me acerqué para indicarle la postura en la que quería que posara, me atreví a pasarle la mano por el coñete y comprobé que estaba húmeda a tope, así que empecé a meterle mano y a mirar con todo descaro como le crecía aún más el clítoris. En un momento de la excitación tuve conciencia de que aquello más que un clítoris era un micro-pene, pues tenía en la punta un pequeño orificio por el que, según iba poniéndose a tono, le empezó a salir una especie de liquido similar al que expulsa el pene masculino como lubrificante para la penetración. De pronto la tía empezó a correrse y comprobé que mi observación era acertada, ya que no sólo mojó su coño sino que además soltó como una eyaculación por el micro-pene. Cuando quise penetrarla no me dejó, indicándome que le producía daño ser penetrada por el coño. Según me lo estaba contando observé que efectivamente tenía un coño más bien infantil, así que sólo me dejó finalmente que la follara por el culo. Por cierto, mientras yo bombeaba ella volvió a tener en erección aquel curioso micro-pene. Pasado el tiempo, fui consciente de que aquella tía en realidad era una especie de hemafrodita o algo similar, ya que en realidad lo que tenía eran dos sexos sin desarrollar completamente.

Volví a verla unos días después para entregarle los negativos y el juego de copias, como habíamos convenido. Esta vez me citó en un restaurante cercano al Covent Garden y se limitó a guardar las apariencias tratándome como si apenas nos conociéramos. Me invitó a comer, me contó alguna que otra anécdota de sus vacaciones en Altea y poco más. Terminado el almuerzo se disculpó diciéndome que tenía que marcharse porque había quedado con una amiga para realizar unas compras y que otro día, si podía, charlaríamos con más tiempo. No volví a verla más. A partir de entonces dejó de cobrar personalmente las mensualidades, enviando en su lugar a un gestor. Al parecer, a partir

 

de aquel día, no volvió a dar señales de vida, según me contaron posteriormente las chicas.

Kate y yo fuimos afianzando cada día más nuestra relación. Cada vez pasábamos más tiempo juntos e incluso nos planteamos la posibilidad de casarnos. El principal obstáculo para llevarlo a cabo estaba en el hecho de que aún yo no estaba divorciado, y ni siquiera sabía cuando podría conseguirlo, así que ante un panorama tan incierto decidimos que nos casaríamos simbólicamente ante el sacerdote de una doctrina hinduista, o mejor dicho, ante el supuesto sacerdote pues posteriormente descubrimos que era más falso que una moneda de cartón. Tanto al falso sacerdote como a los miembros del supuesto templo hinduista los conocimos a través de Polly, ya que uno de estos individuos era compañero suyo en la academia de diseño y estaba becado por su país de origen siendo, según decía, nativo de Nueva Delhi. En cualquier caso, el tipo nos convenció, y tanto Kate como yo accedimos a que nos prepararan el bodorrio. Por otro lado, el hecho de que fuese una ceremonia tan fuera de lo común nos atraía mucho. En una semana más o menos prepararon el evento, que no sólo consistía en  la ceremonia como tal sino también en la fiesta posterior al enlace. Como era de suponer los fulanos no eran hinduistas ni nada parecido, eran simple y llanamente una panda de pirados y de cachondos mentales a los que Polly había convencido para que montaran el tinglado y nos hicieran creer que eran realmente seguidores del hinduismo. Eran, eso sí, oriundos de la India pero más agnósticos que nosotros mismos en cuanto a creencias religiosas se refiere. El día señalado para la ceremonia las chicas, ayudadas por varias más de la supuesta tribu de hinduistas, se encargaron de vestir para la ocasión a Kate, y en cuanto a mí fueron los chicos quienes me vistieron, ayudados por Peter y sus amigos homosexuales. Cuando Kate apareció en la nave industrial que habían preparado para la ceremonia y para el ágape posterior, parecía más una puta tailandesa que una supuesta novia hindú, ya que llevaba una especie de sujetador multicolor que apenas le tapaba las tetas, y eso que no las tenía precisamente voluminosas que dijéramos. Por lo que se refiere a la parte inferior del vestuario, le habían apañado una especie de falda hecha con cintas que apenas servían para tapar a la vista de todos el coño, que dicho sea de paso, lo llevaba al descubierto, sin bragas. En el calzado tampoco se habían comido excesivamente el tarro ya que iba descalza. Eso sí, le habían dibujado en diferentes partes de su cuerpo varios tatuajes con gena y sobre la cabeza llevaba una especie de diadema, de las de reina por un día.  El maquillaje, a juego con la indumentaria, parecía más de puta que otra cosa.

En mi caso también llevaba varios tatuajes por el cuerpo de carácter marcadamente sexual, pues eran casi todos penes de diferentes tamaños. Como vestimenta me pusieron una especie de gayumbos verdes muy ajustados –parecían más bien unas bragas de tía —con un orificio por el que me sacaron la polla. Ésta a su vez me la sujetaron, para que no pendulara, con una cita alrededor del cuerpo. También iba descalzo y con un exagerado maquillaje realizado por los amigos gays de Peter. Aquello parecía más la celebración del día del orgullo gay que una ceremonia para casarnos, aún partiendo de lo ilegal que ésta fuese a todos los efectos.

La peña que acudió no desmerecía en aspecto de nosotros, pues se habían apañado las vestimentas más absurdas y surrealistas que cualquiera se pueda imaginar. Todos eran modelos adquiridos en el mercadillo de Brick Lane Markert, dentro del almacén que se encuentra en Sclater, donde se pueden encontrar toneladas de ropa de lo más variopinta y rara del mundo. La verdad es que era como haber vuelto a los años sesenta pero a lo bestia. Aparte del colorido sobra decir que llevaron drogas de todo tipo para la ocasión, por lo que cuando llegamos nosotros la peña estaba ya de los más animada. A fin de no cansar al lector con una extensa descripción demasiado larga de los pormenores de la ceremonia, narraré sólo lo más representativo o pintoresco del evento.

En el centro de la nave habían instalado una amplia cama hecha con dos grandes colchones tapados con diferentes telas y dos o tres grandes pieles de vaca. Por los laterales, colgaban de unos ganchos un montón de penes de goma y algún que otro vibrador o artilugio similar típico de los sex-shop a modo de decoración. Como parte de la ceremonia, nos tendieron sobre el lecho a Kate y a mí para a continuación darnos a probar  diferentes drogas que nos iban pasando primero a uno y después al otro. Al poco tiempo, estábamos tan colocados los dos que apenas podíamos incorporarnos para beber una birra. A partir de ese momento empezaron a desfilar tanto los tíos como las tías. A su paso nos untaban una especie de grasa que olía como a jazmines y nos proporcionaban un pequeño masaje en la parte del cuerpo que elegían. Con tanto sobeteo y tanta droga empezamos a excitarnos. Cuando estábamos a tope de cachondos empezó el rito que, según el supuesto sacerdote, haría que nuestra unión fuese eterna. Tumbaron a Kate boca arriba y le separaron las piernas abriéndoselas en forma de uve. El culo se lo alzaron poniendo un cojín debajo, y en la vagina le medio introdujeron un huevo de gallina, huevo que yo tenía que romper sólo con la ayuda de mi polla para de esta forma simbólica tomar posesión de su coño. Así estaríamos unidos carnalmente para el resto de nuestras vidas, ya que la virginidad del huevo representaba a no sé que divinidad hindú relacionada a su vez con la fertilidad. Me costó la hostia  romper con la punta de mi polla el jodido huevo, además cuando por fin lo logré y penetré a Kate nos clavamos los restos de la cáscara haciéndonos un daño de la leche, menos mal que con el subidón que teníamos de las drogas llegó un momento en el que ya no sentíamos ni dolor ni nada, simplemente follábamos a lo bestia y nada más, aparte que la peña seguía toqueteándonos y manoseándonos por todos lados hasta que logramos corrernos. La verdad es que fue una auténtica orgía de placer. Después de este polvo poco más puedo recordar, pues tanto Kate como yo entramos en un viaje por haber tomado LSD, lo que nos impidió seguir disfrutando de la fiesta que supuestamente se daba en nuestro honor. Amanecimos al día siguiente, ya de noche cerrada, a eso de las 3 de la madrugada, envueltos en meados, esperma y una especie de sudor frío sobre la cama en la que había empezado todo el asunto. Sacamos ambos la conclusión de que no nos habíamos movido de la cama desde el polvo que recordábamos como parte de la ceremonia, así que seguramente por ese motivo estábamos tan asquerosamente empapados de meadas, vómitos y demás lindezas. Conseguimos darnos una ducha y adecentarnos un poco en los vestuarios que en su día debieron usar los obreros de aquella nave dedicada a la industria, y posteriormente Kate y yo nos marchamos a reponer fuerzas con un buen desayuno. Quedamos tan tocados de la puñetera “ceremonia” que Kate se tuvo que estar un par de días sin acudir a sus clases para recuperarse de la resaca. En mi caso opté por marcharme a Hyde Park y tumbarme sobre la hierba a leer poemas de Leonard Cohen y especialmente sus “Memorias de un Mujeriego”. En otros momentos dejaba la lectura y me entregaba a profundas meditaciones sobre mi actitud ante la vida, y sobre todo, la necesidad de crearme un proyecto, una meta o cualquier otra mierda de cosa pero que al menos frenara un poco mi impulso autodestructivo. También medité mucho sobre mi futuro regreso a Madrid y de cómo debía enfocar mi divorcio.

Dos o tres días después de esta historia recibí una postal de Alma desde Nueva York en la que me comentaba, muy entre líneas, que tenía serios problemas y que posiblemente en breve abandonaría esa ciudad, quizás - me decía - era posible que volviera a pasarse por Londres para, si a mí me apetecía, regresar juntos a Madrid. Efectivamente Alma tenía problemas, y no precisamente pequeños, ya que posteriormente pude saber que le había levantado a un traficante de drogas casi un kilo de coca para trapichear con ella sin pagarle ni un miserable dólar, por lo que el tipo la estaba buscando por toda la ciudad de Nueva York, y allí los camellos no tienen los mismos escrúpulos que los que se mueven en Madrid, que se limitan a partirte un brazo o una pierna, aquéllos te empaquetan un traje de cemento y te tiran en la bahía sin más. El caso es, que efectivamente, a los pocos días se volvió a presentar en Londres. Venía demacrada y con un aspecto lamentable. Parecía que había estado de peregrinación por la India más que en la glamourosa y modernísima ciudad de Nueva York. Estaba tan delgada que hasta le dolía el cuerpo al tumbarse en la cama. Las chicas se emplearon a fondo y en un par de días parecía otra, recuperando gran parte de esa personalidad que la hacía irresistible y seductora a cualquier hombre o mujer que se cruzaba por su camino. Yo me dediqué a intentar devolverle la ilusión perdida proponiéndole multitud de proyectos comunes. Era como si estuviera navegando por un mar de tinieblas, sin visibilidad alguna. Hubo días en los que llegó a desesperarme su actitud tan negativa, incluso me aburría su repetitivo discurso nihilista hacia todo, así que en varias ocasiones me alejé ostensiblemente de ella, sobre todo de lo que ella representaba. Sin embargo, había algo que me obligaba a acercarme a ella e intentar ayudarla. Pasado el tiempo, creo sinceramente que lo que de verdad nos unía eran más nuestras patologías que cualquier otra cosa, hecho éste del que hablábamos algunas veces pero que en esa época ninguno era capaz de admitir maduramente. Por otro lado, la llegada de Alma no cambió en gran cosa nuestro ritmo de vida. Kate y yo seguíamos con nuestro rollo y pasábamos juntos todo el tiempo que tanto los estudios de ella como las propias circunstancias personales de cada uno nos permitían. A pesar de este buen rollo, ambos intuíamos que faltaba poco para que aquel idilio se acabase, el tiempo se estaba agotando porque en breve yo regresaría a Madrid. Volver a vernos estaba condicionado, de alguna manera, a la decisión que yo tomase sobre mi propia vida y el rumbo que decidiera seguir. En realidad era más una clarísima actitud de inmadurez que cualquier historia pendiente, pero me negaba a admitirlo, sobre todo, me negaba a formalizar cualquier compromiso que implicara una responsabilidad a asumir, quizás por eso tenía tanto miedo a enamorarme o a dejar que se enamorasen de mí, mi frase favorita por entonces era: no quiero que te enamores de mí, simplemente se trata de echar un polvo y nada más…

Cuando Alma se recuperó, decidimos participar ambos en un curro que nos proporcionó un amigo de Dana que trabajaba como publicista en una agencia que realizaba catálogos y campañas publicitarias para varias firmas de lencería. El trabajo consistía en fotografiar a varías chicas en ropa  interior para un catálogo y vallas publicitarias en el exterior de una conocida cadena de almacenes europeos que presentaba su nueva colección de lencería. El presupuesto era bastante considerable para el trabajo que teníamos que realizar, por lo que no dudamos mucho en aceptar la propuesta de Teddy, el amigo de Dana. Aparte del generoso presupuesto, otro atractivo añadido era la absoluta independencia creativa que teníamos al no imponernos ninguna pauta a seguir. Teníamos libertad absoluta tanto para elegir a las modelos como el tipo de fotos a realizar, en pocas palabras, teníamos libertad total para hacer lo que nos diera la gana, un chollo de esos que raramente se presentan en la profesión. Rápidamente nos pusimos manos a la obra y alquilamos la nave en la que precisamente habíamos hecho el paripé de la supuesta boda. Buscamos una empresa que nos alquilara todo el material necesario, como cámaras, focos y demás artilugios necesarios para realizar un trabajo profesionalmente decente. La nave reunía unas condiciones muy favorables para el trabajo, en su momento había sido utilizada en la fabricación de piezas para la industria naval, por lo que mantenía un aspecto bastante idóneo para dar una imagen decadente y extraña, utilizando como fondos las propias maquinarias viejas que aún se conservaban en la nave, así como las propias piezas oxidadas que se prestaban extraordinariamente para crear “ambiente” portuario. La elección de las modelos preferimos dejársela a Teddy, pues aparte de que tenía una gran experiencia en este terreno, conocía mucho mejor que nosotros las agencias que operan en Londres. No nos defraudó en absoluto.

Alma mejoraba ostensiblemente por días y estaba entregada a tope al trabajo, y al menos delante de nosotros no se metía más de dos o tres rayas al día, cantidad que para lo que ella acostumbraba era una nimiedad. En menos de una semana teníamos todo preparado para fotografiar a las modelos. Iniciamos las sesiones fotográficas un martes por la mañana y el jueves al mediodía habíamos terminado el catálogo, eso sí, estuvimos trabajando una media de quince a veinte horas diarias. Durante esos dos días incluso me permití echar un buen par de polvos entre sesión y sesión con una de las modelos, de la que me había quedado prendado desde que la vi por primera vez. La chica era una jovencita holandesa que no aparentaba más de quince o dieciséis años  y que en realidad había cumplido ya los dieciocho. Acudió a las sesiones con una falda muy corta de tipo colegial, una mini camiseta de color chicle con un dibujo de Mafalda, unas medias que le llegaban hasta las rodillas y unas zapatillas deportivas con unos calentadores azules, el pelo muy rubio recogido en dos coletas sujetas por unos graciosos enganches que representaban a un diablillo comiéndose una manzana. Físicamente era muy parecida a Kate Moss, modelo a la que, como tantas otras, ella imitaba descaradamente. Quizás los ojos azul celeste de esta chica eran aún más expresivos y vivos que los de la propia Moss.

Alma se dio cuenta desde el principio del interés que esta joven modelo despertaba en mí, por lo que procuró que cada vez que le tocara a ella posar para las fotos, fuese yo el encargado de manejar las cámaras, incluso nos sirvió de interprete a ambos pues la chica solo hablaba holandés e inglés, pero un inglés muy germanizado por lo que entre lo poco que yo sabía de este idioma y su cerrada pronunciación medio alemana nos era imposible entendernos. El asunto es que en uno de los descansos me la encontré apoyada sobre una escalera de tijera, que estábamos utilizando para que se subieran algunas de ellas, limándose las uñas, y al pasar por su lado para recoger unos focos me sonrió picaronamente y se dio la vuelta para ascender por un lateral de peldaños de la escalera, dando esto lugar a que pudiera  observar que iba sin braguitas. Desde la altura se volvió y de nuevo me sonrió, esta vez haciéndome señas para que me acercara y quitándose la faldita que dejó caer al suelo dejando al descubierto su hermoso y juvenil trasero. Me acerqué, y con sólo subir un peldaño de la escalera tuve a mi disposición tanto su delicioso culito como su depilado y juvenil coñito, así que me puse a saborear ambas frutas con  denodado deleite por mi parte. No tardó prácticamente nada  en correrse, hecho del que me percaté debido a la abundancia del flujo que salía de su entrepierna, tanto que al principio pensé que se había meado.  La bajé de la escalera y la apoyé sobre una bancada de espaldas a mí para introducirle la polla por detrás. Cuando estábamos follando apareció Alma, y ni corta ni perezosa empezó a tocarle a ella el clítoris y a mí los testículos. La chica volvió a correrse nuevamente con su chorro característico, empapando los pantalones de Alma. Después me corrí yo y en ese momento Alma me hizo una mamada para que después se la metiera a ella, cosa que así sucedió, corriéndonos ambos mientras la chica se masturbaba mirándonos.

El segundo de los polvos fue el último día, cuando acabaron las sesiones y se marcharon todas las demás chicas  y los restantes miembros del equipo tales como peluqueros, maquilladores, etc. Ella, no sé cómo, se las ingenió para esconderse y presentarse de pronto cuando Alma y yo estábamos recogiendo el material fotográfico y apagando algunas luces, pegándonos un gran susto pues parecía una aparición de otro mundo, ya que se había desnudado completamente y solo llevaba un foulard alrededor del cuello. La verdad es que si lo que pretendía era sorprendernos, lo consiguió sobradamente. Casi con la misma actitud provocadora de la primera vez, me invitó con la mirada a unirme a ella señalándose el coñito. Antes de darme tiempo a reaccionar Alma ya estaba desnudándose para sumarse al asunto y mirándome con descojone de risa al observar mi cara de sorpresa. Mientras yo me iba desnudando, ellas empezaron a lavarse en las duchas la una a la otra, frotándole la chica con una esponja en forma de picha –supongo que la llevaba en el bolso—el clítoris a Alma. Cuando yo me uní a ellas, Alma le había abierto con las manos el coñito a la chica y estaba meándoselo. Después de esta escenita, la chica se agarró a mi polla y empezó a masturbarme, situación que Alma aprovechó para terminar de ducharse y secarse. Posteriormente se marchó para terminar de recoger las cosas que nos quedaban pendientes, y según me comentó para esnifar un par de rayas pues estaba con una ansiedad brutal. Yo opté por quedarme con la chica. Primero follamos de pie, mientras le metía el dedo por el culo y le mordía suavemente el cuello, después de un rato de bombear de esa forma, cambiamos de postura tumbándose ella sobre las toallas en el suelo mientras yo se la tenía bien metida.  Empezó a sobarse los pechos y a tocarse el clítoris, e incluso observé que se metió un dedo con saliva por el culo. De pronto me quede mirándola a la cara y me di cuenta de que aquella chica se había colocado con algo, pues tenía la mirada como perdida y la cara desencajada, no parando de moverse y de gemir. Volvimos a cambiar de postura, esta vez, adoptando ella la de ponerse a cuatro patas ofreciéndome en todo su esplendor el culo, sin embargo, cuando intenté metérsela me fue imposible pues tenía el ojete completamente contraído a pesar de que ella intentaba que se la metiera. Ignoro si anteriormente se la habían follado por el ano, pero el caso es que a pesar de que yo no dispongo de un gran pollón que digamos, no había forma. No obstante como ella insistía, llamé a Alma quien se acercó a ver que ocurría. Cuando vio la escena y le expliqué la situación, empezó a descojonarse de risa pero nos ayudó untándome vaselina en el pene, producto que ella siempre llevaba en su bolso para ocasiones especiales. Afortunadamente la lubrificación funcionó y al final logré que le entrara mi picha hasta el fondo de su culito. La chica se puso como una loba y al poco tiempo se corrió como de costumbre, casi como si echase una meada.

Al día siguiente acudimos a la agencia a cobrar nuestro trabajo, que fue un auténtico pastón, y como sabíamos que nos quedaba muy poco tiempo de estar en Londres decidimos que teníamos que organizar una fiesta de despedida con toda la gente que conocíamos y además regalarles a las chicas algunas cosas por lo bien que se habían portado tanto conmigo como con la propia Alma. Así que decidimos alquilar nuevamente la nave y organizar allí la fiesta de despedida. Como además ya teníamos reservada la fecha del vuelo para Madrid dentro de cinco días, nos organizamos de tal forma que pudiéramos utilizar los días que nos quedaban para ir de compras reservando los dos últimos uno para la fiesta y otro para estar sobrios y poder llegar, al menos a  tiempo, para la salida del vuelo, hecho éste en el que le insistí mucho a Alma pues no era la primera vez que ambos habíamos perdido un vuelo por su culpa.

Con este programa dedicamos el primer día a las compras con las chicas, y nos fuimos Kate y yo por un lado y Dana ,Polly, Melissa y Alma por otro, así yo podía tener ese día no sólo para hacerle algunos regalos a Kate, sino también para estar solos los dos. Queríamos tener esta intimidad para intentar, en el poco tiempo de que disponíamos, aclarar nuestra situación sentimental, y sobre todo, diseñar o proyectar un futuro para ambos. Tomamos un desayuno en la cafetería del hotel en el que me había alojado en varias ocasiones en mis anteriores visitas a Londres y que a mí me encantaba por sus deliciosos cereales –no los he encontrado en ningún otro lugar igual de sabrosos—y por la extraordinaria mermelada de naranja amarga que tantos buenos momentos me deparó no sólo en ese desayuno, sino en todos los que tomé con Polly que era igual de viciosa que yo de esta ambrosía de los dioses. Después del delicioso desayuno nos fuimos caminando por Malborouggh Street en dirección a Offord Street para realizar nuestras primeras compras en el centro comercial situado en esta popular calle. Como a Kate le chiflaban las bragas nos metimos en una pequeña tienda que hay en este centro y le regalé un buen montón de ellas –sujetadores no, porque al menos por esa época no los usaba--. Dimos una vuelta por el centro y se compró también unas botas que se le antojaron nada más verlas. Eran rojas y forradas interiormente de piel como de borreguillo, ideales para el frío londinense. Aproveché también para regalarle unos calcetines de lana que vimos en una tienda de deportes. Agotado el recorrido por el centro nos fuimos hacia las calles aledañas al Covent Garden donde hay varias tiendas pequeñas pero muy interesantes y variadas en ropas y accesorios. En una de ellas nos compramos ambos un par de sudaderas a juego con el pantalón y unas zapatillas deportivas. En una  de las tiendas del Covent Garden, de esas que venden cosas de plata trabajada, le regalé un conjunto de anillo, colgante y pendientes. Kate me regaló a mí una preciosa petaca de plata con incrustaciones de nácar –desgraciadamente dos meses después me la robaron de la mesa en la que estábamos sentados un grupo de amigos en una cafetería en Berlín -, también me regaló en una tienda cercana a la zona del Covent Garden  tres camisas preciosas, de rayas con los puños y el cuello en colores diferentes, además de tres pajaritas a juego con ellas y unos gemelos con mis iniciales. Al mediodía almorzamos en una de las cafeterías que están en el centro comercial de Offord, para descansar y marcharnos después  hacía Hyde Park donde queríamos tumbarnos un rato sobre la hierba.

Estuvimos un largo rato conversando sobre la posibilidad de que cuando Kate terminara sus estudios de azafata de vuelo, se trasladase a residir en Madrid, sin embargo, ambos éramos conscientes de lo quimérico que resultaba ese proyecto. Simplemente se trataba de una mera ilusión, pues los dos sabíamos que ni ella ni yo queríamos, en el fondo, comprometernos en una relación mínimamente seria, así que finalmente decidimos que dejaríamos que fuese el tiempo el encargado de poner cada cosa en su sitio. Era una buena forma de saber si nos echaríamos en falta el uno al otro. Más relajados y distendidos después de esta larga charla, nos animamos a jugar un poco sobre la hierba hasta que sin darnos casi cuenta, terminamos echando un polvo con sabor a despedida. Ya no volveríamos a follar hasta mucho tiempo después, cuando un día casi por casualidad nos encontramos en Madrid, precisamente cuando ella era ya la pareja de otro amigo mío.

El día siguiente se lo dediqué por completo a Dana con el fin de agradecerle la invitación que hizo posible que pudiese pasar esos meses en Londres. Si no hubiese sido porque de vez en cuando Dana me llamaba por teléfono para recordarme que seguía en pie la oferta de irme a pasar con ella una temporada, posiblemente me hubiera olvidado y difícilmente se me habría ocurrido pasar más de seis o siete días en Londres, así que como estaba en deuda con ella, ambos nos fuimos de compras para así poderle hacer algunos presentes como símbolo de mi gratitud. Después de desayunar en una cafetería cercana a nuestro domicilio nos fuimos hacía Kensigngton Churh Walk, a una pequeña y coqueta tienda que se llamaba Patricia Roberts y que yo sabía que a Dana le encantaba. En esa tienda se venden unos extraordinarios jerséis tejidos a mano. Ella no quería porque sabía que eran extremadamente caros, pero después de utilizar un poco mis dotes de persuasión logre por fin convencerla, sobre todo, cuando le dije que la pasta solo sirve para darse de vez en cuando un capricho y que además era mejor invertirla en una buena ropa que en trapillos de los mercadillos, que a la larga salen más caros. Incluso le argumenté que siempre sería mejor comprarle algunas cosas útiles que gastarnos la pasta en drogas, que era otra de nuestra inversión habitual y que constituía la mayor parte de nuestro presupuesto. Fuimos en el underground hasta la estación de High Street Kensington, y al poco rato  Dana salió de la tienda con un paquete que contenía un precioso jersey. Mereció la pena, sobre todo ver la cara de alegría que llevaba. De allí nos dirigimos, también en el underground, a la estación de Tottenham Court Road para comer en Mandeer, un restaurante vegetariano indio cuya especialidad es el arroz oscuro frito con mantequilla y con katchoris.

Después de comer nos fuimos paseando a la cercana calle de Charing Croos donde le regalé a Dana varios libros relacionados con el periodismo y también aproveché para comprar algunos para mí sobre fotografía, concretamente uno de Man Ray y otro de Cartier-Bresson, aparte de uno que me fascinó sobre los Rolling Stones que contenía unas espléndidas fotografías en blanco y negro de su primera época. Desde allí nos dirigimos, para hacer un poco de tiempo hasta la hora de ir al Marquee a escuchar a un grupo de rock, a un cercano cine por la zona del Soho, de esos que proyectan en sesión continua. La verdad es que no recuerdo cuanto tiempo estuvimos dentro, pues al poco de entrar y ver que estábamos prácticamente solos nos pusimos a meternos mano y cuando nos quisimos dar cuenta yo ya tenía  a Dana sentada sobre mis rodillas y con la polla dentro de su coño. Tras corrernos los dos, Dana se las ingenió para acercarme su coño a mi boca de tal forma que pudiera comérselo a placer. Mientras le toqueteaba sus nalgas y le introducía un dedo por el culo se volvió a correr y entonces invertimos los papeles, ella se agachó y me hizo una mamada hasta que logró sacarme con su lengua la última gota de esperma que me quedaba. Después de esta agotadora faena nos quedamos tan debilitados que nos dormimos apoyados el uno en el hombro del otro. Nos despertó, más o menos una hora después, el ruido de otra pareja que estaba follando cerca de nosotros, debido a los fuertes gemidos que la tía no paraba de emitir. Aunque se percataron de que nos habíamos despertado y les estábamos mirando, ellos siguieron a lo suyo como si tal cosa, incluso la tía se bajó al suelo para chapársela con tranquilidad al pavo. Nosotros nos estiramos durante un rato para despejarnos, nos levantamos y fuimos directamente a los aseos para echar una meadita antes de pirarnos para el Marquee. En el baño nos metimos ambos en el de tías y aprovechamos aparte de para mear, para prepararnos un par de generosas rayitas de coca que nos fueran ambientando para el concierto. El efecto se hizo presente rápidamente pues nada más metérnosla nos empezamos a sentir como una moto. Antes de entrar al Marquee nos comimos un par de patatas asadas, pescado frito con un par de buenas birras, además de fumarnos un par de petas de marihuana entre los dos y meternos dos nuevas rayas que preparé sobre el  espejo que Dana llevaba para retocarse el maquillaje en su bolso.

Estuvimos en el Marquee viendo la actuación y tomando birras hasta que notamos que de un momento a otro íbamos a perder la consciencia debido al pedo que llevábamos, momento éste en que decidimos largarnos y pillar un taxi antes de que nos fuera imposible llegar a casa. Cuando entramos en el apartamento, nos encontramos a Alma y Kate que se estaban preparando unas rayas de coca de la hostia, así que yo me sumé al festín esnifando una de considerable longitud. Dana lió un gran canuto de maría que fue pasándonos a todos para evitar el bajonazo que se preveía que nos iba a venir después del mogollón de coca que llevábamos metiéndonos ese día. Al poco rato estábamos tan colocados que ni siquiera podíamos ir hacía el dormitorio, por lo que terminamos tirados en la moqueta del salón follando todos en un confuso caos de piernas, brazos y sobre todo coñitos por todos lados. La imagen que se me ha quedado más profundamente grabada en mi memoria de aquella noche es la de Kate comiéndole el coño a Alma y Dana chupándome la polla. Amanecimos envueltos los cuatro en una manta y un par de pieles de vaca que al parecer Polly nos había echado por encima para que no nos congeláramos.

Sobra decir que al día siguiente ninguno de nosotros estaba en condiciones de salir a la calle, así que nos lo pasamos prácticamente durmiendo, y sólo al anochecer me animé a salir para comerme una buena hamburguesa con unas patatas y beberme unas cuantas birras. Convencí a Polly para que me acompañara, seduciéndola con la oferta de tomarnos varias Guinnes, cerveza de la que era una autentica forofa. Nos abrigamos bien porque hacía un frío del carajo y nos fuimos paseando tranquilamente al Dirty Dick´s, un pub en el que además de beber podíamos comer. Volvimos al apartamento después de tres horas en las que básicamente estuvimos disfrutando de beber Guinnes como le había prometido a Polly, menos mal que en mi caso cené un par de hamburguesas y una ración de patatas y conseguí aguantar el atracón de cervezas, pero Polly no comió nada y se cogió un considerable pedal. Tal era su estado etílico que al llegar al apartamento se empecinó en pintarme en pelotas. Al final logré convencerla de que lo haríamos por la mañana, así que la tumbé en el sofá y echamos un polvete de al menos una hora larga, pues yo no lograba correrme. Cuando al fin lo conseguí estaba tan agotado que me quede dormido en sus brazos.

El último día antes de la fiesta, nos largamos nuevamente de compras. En este caso fuimos Polly, Melissa, Alma y yo, a quienes quería igualmente agradecerles el buen rollo con el que me habían acogido y tratado el tiempo de mi estancia allí. A Polly le regalé una completísima caja de óleos con la que estaba encaprichada desde hacía bastante tiempo, igualmente le compré varias braguitas que se le antojaron en la tienda donde Melissa eligió escoger para ella un pijama, un par de sujetadores, braguitas y unas medias con un liguero que tenía ganas de tener y que nunca se había decido a comprar. Comimos los cuatro en la cafetería de la National Gallery, lugar que yo había elegido para quedar citado con Patsy, la joven modelo con la que estaba rayado desde las sesiones de fotografías que habíamos hecho Alma y yo para el catálogo de lencería. Quería volver a verla y despedirme de ella. Cuando estábamos terminando de tomar café, apareció Patsy quien parecía una colegiala que venía del instituto, pues aparte de los pocos años que aparentaba, llevaba para la cita una camiseta, vaqueros, zapatillas deportivas y un amplio jersey de lana gruesa que la hacía aún más aniñada de lo que realmente era. Alma volvió nuevamente a servirnos de intérprete pues a pesar de que yo ya me iba defendiendo con el inglés, con esta chica no pillaba ni media. Según conversábamos, se me ocurrió, sin pensarlo mucho, decirle a Alma que le comentase, como si tal cosa, que me apetecía mucho despedirme de ella echando un buen polvete en nuestro apartamento. Ignoro como Alma formuló mi petición, pero el caso es que funcionó de puta madre, pues Patsy se volvió hacía mí y poniéndome su mano sobre mi bragueta me dedicó una dulce sonrisa al tiempo que afirmó con la cabeza y emitió un rotundo yes, que entendí a la perfección. No hizo falta que Alma tradujera, lo había entendido sin tener que utilizar las dichosas palabras de rigor que siempre hay que decir para echar un polvo. Cogimos un taxi en la puerta de la National Gallery y nos largamos rápidamente hacía el apartamento, pues yo estaba tan cachondo que fui empalmado todo el trayecto. Nada más llegar, me metí en uno de los dormitorios con Patsy y empecé el delicioso ritual de entretenerme en acariciar aquel joven cuerpo al mismo tiempo que iba quitándole poco a poco la ropa. Permanecí con ella en el dormitorio el resto de la tarde y parte de la noche, follamos en todas las posturas posibles y exploramos nuestros cuerpos hasta conocer cada centímetro de su piel, supongo que en parte era debido al poco vocabulario que podíamos utilizar para comunicarnos oralmente, así que suplimos lo uno por lo otro. Fue en definitiva, una de las experiencias más agradables y placenteras que he tenido a lo largo de mis años dedicados a “disfrutar de la vida”, supera incluso en mucho a las experiencias con los grupos de encuentro psicoterapéuticos, dedicados al conocimiento sensorial del cuerpo, dentro de mi aprendizaje como psicoterapeuta gestáltico. Cada cierto tiempo Alma entraba en la habitación y nos fotografiaba mientras follábamos, o en esos otros momentos en los que explorábamos nuestro cuerpo. Debió de tirarnos, al menos, seis o siete rollos de película, que dos años después me encargué personalmente de destruir, al enterarme que Patsy estaba empezando a ser considerada una modelo bastante importante a nivel internacional. Al amanecer del día siguiente, sobre las siete treinta  de la mañana de un frío día londinense, salimos Patsy y yo del dormitorio para tomar café con tarta de manzana que Alma nos había preparado. Justo cuando estábamos desayunando aparecieron Dana y Kate que venían de haber estado toda la noche en una fiesta. Se sumaron al desayuno con nosotros, acostándose después un rato para estar frescas y lozanas para la fiesta de nuestra despedida. Polly y Melissa se levantaron hacía las nueve y después del desayuno se marcharon a la nave para ultimar los preparativos de la fiesta. Patsy se acostó nuevamente conmigo en el sofá y nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro – esto último lo sé, porqué Alma volvió a hacernos más fotos -. Hacía las cinco de la tarde nos despertamos y no había absolutamente nadie en el apartamento ya que Alma, Dana y Kate, se habían marchado también al almacén. Patsy me dijo que tenía un mogollón de hambre, así  que prepare varias cosas para reponer fuerzas y prepararnos para ir a la fiesta de despedida. Sin embargo, pasó algo que cambió todo el plan previsto de antemano, es decir, acudir a la fiesta. ¿Qué fue lo que nos hizo cambiar el plan?, Pues simplemente que descubrí una nota que Alma había dejado para mí, en la que me animaba a disfrutar hasta el último segundo de Patsy, ya que en un momento en el que yo estaba meando, ella le había comentado que no quería acudir a la fiesta, sino aprovechar aquella última oportunidad de estar conmigo a solas, además me decía en la nota, que fiesta como aquellas ya las habíamos vivido en multitud de ocasiones, pero el que una chica se quedara tan engachada de mí como lo estaba Patsy, era una cosa que tenía que aprovechar. También me indicaba que fuera lo más sensible y tierno posible con ella, pues realmente la chica se había enamorado de mí, y lo iba a pasar muy mal cuando tuviéramos que despedirnos. Tomé buena nota del mensaje de Alma y decidí no acudir a la fiesta, así que se lo indiqué como pude a Patsy, que me sonrió con ternura. Comimos y después preparé un par de rayas para los dos, llené una pipa de marihuana y nos la fumamos tranquilamente mientras nos acariciábamos mutuamente.

Pasado un rato, estábamos los dos bien colocados. Patsy sacó de su bolso cuatro pastillas y me dio un par de ellas a mí, tomándose ella las otras dos.  Debió ser éxtasis lo que me dio porque tuve un subidón rarísimo y sólo recuerdo que empezamos a follar como auténticas bestias. Era como si no tuviéramos ningún control sobre nosotros mismos, nos mordíamos, nos arañábamos, e incluso nos metíamos mutuamente los dedos por el culo, era como si solo buscáramos el placer por el placer. Lo peor de todo era que a mí no me bajaba la erección, aparte de tener una absoluta imposibilidad para eyacular, llegando por momentos a tener una sensación como de tener la polla separada del cuerpo. Noté que Patsy también tenía sensaciones anómalas porque hubo momentos en los que se quedaba con la mirada perdida mientras se frotaba indiscriminada y frenéticamente el clítoris y el culo, estaba como catatónica a la vez que hiperactiva. Hacía la medianoche dejé de esnifar e intenté que ambos nos relajáramos, al menos un poco, pues yo empezaba a sangrar por el pene –lo tenía completamente despellejado—y Patsy tenía además del ano desgarrado y sangrante, el coño en carne viva. Lo más jodido de todo era que no percibíamos el más mínimo dolor, más bien todo lo contrario, un placer cercano al sadomasoquismo. Dos horas después de dejar de esnifar coca y fumar maría, logramos relajarnos un poco y nos tumbamos para intentar dormir algo.

Nos despertó Alma por la mañana, para ayudarnos a ducharnos, ya que estábamos en un estado lamentable de suciedad. Nos encontró empapados en una mezcla de meados, esperma, sangre y vómitos, ya que alguno de nosotros debió de echar la pota mientras dormía. Casi no podíamos ni caminar a la ducha. Entre Alma y Polly, que también acababa de llegar, nos introdujeron en la bañera y ambas se pusieron a lavarnos con la ducha de manguera. Estábamos hechos una autentica mierda, parecíamos más un despojo que un ser humano, habíamos llegado al límite de la razón y la lógica. Tras ducharnos nos volvieron a llevar a la cama y nos dejaron dormir nuevamente hasta cuatro horas antes de que yo tuviera que vestirme para coger el vuelo hacía Madrid. Alma me ayudó a despedirme de Patsy y hacerle comprender que era imposible tener algo más de lo que había tenido conmigo. La convenció de que eso era lo mejor para ambos, pues ella era aún muy joven y tenía toda una larga carrera que emprender por delante, debía luchar por las metas que se había propuesto al llegar a Londres y sobre todo no defraudar a la gente de la agencia que tan bien la habían acogido. Alma se enrolló de puta madre con nosotros dos, pues llegó incluso a acercar a Patsy hasta su apartamento para comprobar que se quedaba más o menos tranquila y en compañía de las chicas que compartían con ella la vivienda, que eran también de la misma agencia de modelos que Patsy. Incluso les dio algunos consejos, por si le venía un bajón. Yo no las acompañé, pues entre otras cosas, tenía que terminar de recoger mis cosas y empaquetarlas en la mochila, aparte de que me sentía física y psicológicamente deshecho. Me costaba un horror realizar cualquier cosa que requiriera el mínimo esfuerzo, al final Melissa, Dana, Polly y Kate optaron por ser ellas quienes se encargaran de prepararme la mochila. Me despedí de ellas en la misma puerta del apartamento, porque no quería bajo ningún concepto que nos acompañaran al aeropuerto –siempre he odiado las putas despedidas -. Peter y su compañero nos ayudaron a Alma y a mí a bajar el equipaje y a buscarnos un taxi. Me despedí de Peter y de su amigo. El tiempo que transcurrió desde ese momento hasta que me vi sentado en el asiento del avión se borró de mi memoria. Según me contó Alma tiempo después, fui todo el camino como un autómata, con la mirada perdida y sin emitir palabra alguna por lo que ella me cogió la mano y no me la soltó hasta bajarnos del taxi. En el aeropuerto me dejó sentado, mientras ella se encargaba de facturar nuestro equipaje y sacar las tarjetas de embarque, después me llevó a la cafetería y me hizo tomar una infusión de manzanilla. Después de ésto ya fue cuando me encontré sentado en el asiento rumbo a Madrid. Atrás quedaban seis meses en Londres, donde me dejaba no sólo muchos amigos y amigas, sino también un poco de mí, regresaba a casa con nuevas heridas, algunas de las cuales estaba seguro que iban a costarme un largo tiempo cicatrizar. La más difícil, era sin dudas, la de Patsy, que me había robado un poco de mi pequeña parcela dedicada a los afectos. La otra también difícil de curar, a medio plazo, era la de Kate, ¿volveríamos a vernos nuevamente?, ¿habíamos sentido de verdad auténtico enamoramiento, o sólo había sido un encoñamiento de ambos?. Muchos interrogantes y preguntas para un cerebro como el mío que aún estaba bajo los efectos de diferentes drogas y del agotamiento psicológico que ya arrastraba de mucho tiempo atrás. Cerré los ojos, me tumbé sobre el hombro de Alma, y me dejé llevar hacia lo más profundo de mi inconsciente… Cuando desperté estábamos aterrizando en el aeropuerto de Barajas en Madrid, pero eso pertenece ya a otro capítulo de mi inestable vida.

 

 

 

 

                                                     

 

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