EL INSOMNIO DE LOS PECES - AUTOR: JAVIER PARRA - EDICIONES MATRACA - SEVILLA - 2018 - CAPITULO IV - LONDRES
EL INSOMNIO DE LOS PECES
AUTOR: JAVIER PARRA
CAPITULO - IV - LONDRES
Londres
Aparte de a estas lúdicas y hedonísticas diversiones, también dediqué parte de mi estancia en Londres a descubrir rincones insólitos que habitualmente pasan desapercibidos cuando vas simplemente de turista, y como no, a asistir a la amplia variedad de actividades culturales que esta gran ciudad ofrece diariamente, tales como excelentes exposiciones o presentaciones de la índole más diversa, a la vez que fiestas muy parecidas a las habituales que suelen darse en los círculos intelectuales de Nueva York. También asistí a numerosos conciertos y actuaciones musicales de géneros diferentes. Me di cuenta que existe una gran diferencia entre el concepto de música que tienen los ingleses y el que tienen los españoles, sobre todo si tenemos en cuenta las pocas oportunidades que tenemos en España de poder ver y escuchar en directo a las grandes figuras del panorama musical, y lo mal que se organizan los conciertos, de manera que es muy difícil que el público disfrute del espectáculo plenamente. En Londres es una auténtica delicia asistir a un concierto; la primera sorpresa es que la entrada te da derecho a un asiento; la segunda sorpresa, no menos importante que la primera, es el gran respeto que el público tiene hacia el artista, escuchándose la música a la perfección y no con un barullo de voces, como aquí, que habitualmente impide escuchar el concierto. Al día de hoy sigo sin entender como en España se pueden pagar esas cantidades tan exageradas para entrar en un concierto, partiendo del hecho de que el espectador no va a poder, prácticamente, ver ni escuchar el espectáculo, aparte de los malos modos que va a tener que aguantar por parte de los descerebrados que están en las puertas de acceso, pidiendo las entradas. Personalmente creo que deberíamos dejar de asistir a estos conciertos tan mal organizados –merece la pena ahorrar un poco más de dinero y asistir a ellos en cualquier otro país de Europa—y que acudan solamente a ellos los hijos de puta que se forran organizándolos. Otra característica que nos diferencia a los españolitos de los ingleses en este aspecto, es el silencio con el que la gente se toma sus birras o sus cubatas en cualquier pub, mientras actúa el grupo o el cantante de turno. Debo confesar que el ambiente relajado y más bien silencioso que se disfruta en la mayoría de los pubs, cafeterías o restaurantes –a pesar de estar tan abarrotados como lo pueden estar en nuestro país—es uno de los encantos que me cautivan de Londres. Siempre que regreso a Madrid, después de haber estado en cualquier otro país con estas características, me cuesta incorporarme al griterío y la mala educación del nuestro; es una pena pero es así, que le vamos a hacer, he salido del molde un poco rarito y me suele dar por culo tener que aguantar a la cada día más creciente chusma de maleducados, vociferantes e incultos que puebla nuestra geografía, y que conste que me importa una mierda lo políticamente correcto o incorrecto, simplemente me molestan cantidad los emigrantes que huelen mal y no se adaptan a nuestra cultura, ¿o acaso tendremos que adaptarnos nosotros a la suya?. Me gusta en este aspecto, aunque contradiga la forma de pensar que me ha acompañado durante tantos años y que ahora empieza a cambiar gracias a tanto extranjero guarro e incivilizado, el clasismo que aún mantiene en muchos aspectos la sociedad inglesa. Bien como ya me he desahogado y me encuentro mucho, pero que mucho mejor, sigamos con el relato de mis andanzas por el viejo Londres. Y para no parecer anti-español, que no lo soy, mencionaré un aspecto que pude observar, al menos en algunas de las chicas con las que tuve contacto más o menos íntimo, y que no deja en muy buen lugar la higiene de las inglesitas. Un día descubrí por qué la ropa interior allí es tan barata en almacenes tipo Marks and Spencer, la razón es que la ducha diaria es un hábito que aún no ha llegado a instaurarse y por ende raramente se lavan el coño. Cuando finalmente una inspiración divina les recuerda que han de pasar por la ducha, les merece más la pena tirar las bragas a la basura que lavarlas. En el aspecto higiénico – sin ánimo de generalizar - dejan mucho que desear con respecto a las españolas y aún más con respecto a los tan bien cuidados y apetecibles coñitos de las francesas, que no sólo huelen a coño limpio y saludable sino que además saben de puta madre, si matizo ésto es porque últimamente he podido detectar en las mujeres de nuestro país un excesivo uso de jabones íntimos que si bien es cierto que dejan muy limpio el coño, también es cierto que matan el encanto de su genuino olor y sabor. Volviendo a los coñitos ingleses una de dos, o estabas muy desesperado por comerte uno – excesivo tiempo sin catarlo se entiende — o muy colocado. Las veces que me comí uno yo estaba entre los “muy pero que muy colocados” por lo que hasta me parecían impolutos. En cualquier caso, al menos con mis cuatro compañeras de apartamento, tenía garantizado que se lo lavaban antes de follar conmigo. Kate al ser española, aunque había nacido en Australia, era la más limpia y la única que usaba diariamente la ducha – quizás fue esto lo que más me enamoró de ella -. Dana, aunque no era muy partidaria de la ducha diaria, al menos solía lavarse el coño diariamente e incluso pude observar que también se lavaba las axilas para salir a la calle. En cuanto a Polly y Melissa supongo que por su ascendencia irlandesa eran, dentro de lo que cabe, bastante menos guarras que las inglesas y podía comerme con tranquilidad sus coñitos con la garantía de que estaban en buenas condiciones de conservación, al menos se duchaban dos o tres veces a la semana, otra cosa diferente es que se cambiaran de bragas o no.
Quitando los días en los que me dedicaba única y exclusivamente a drogarme a tope y a follar, solía levantarme pronto y salir a primera hora del día a pasear. Cuando visito otros países prefiero conocer sus costumbres, su gente, su ambiente y sus peculiaridades antes que visitar museos, palacetes o monumentos, tan apreciados por los turistas-borregos. Esto me beneficia no sólo en que raramente coincido con este rebaño en mi camino, sino en que además puedo disfrutar sin incordio de espacios y lugares más bien solitarios o simplemente habitados por los lugareños. De esta manera fui descubriendo un Londres menos glamouroso y turístico que el que habitualmente nos suelen mostrar los folletos turísticos. Al recorrer los suburbios me di cuenta de que no hay tantas diferencias con los de Madrid, Berlin o Nueva York; miseria hay en todas partes pero su cara más amarga siempre se oculta en los extrarradios de las grandes ciudades, aunque por otro lado es en estos lugares donde descubres la mejor gente, ya que el centro de las ciudades ha sido tomado, en la mayoría de los casos, por los grandes comercios, las entidades financieras y la gente adinerada gracias a la cual mil ojos nos acechan en forma de cámaras de seguridad, vigilantes privados y cualquier artilugio que sirva para mantenernos alejados de sus propiedades. Cada día entiendo menos los viajes a París, Londres o cualquier otra ciudad semejante con la finalidad de ir de compras a los grandes complejos comerciales. Es incomprensible que la gente vaya a estas ciudades a comprar compulsivamente en tiendas pertenecientes a multinacionales como Calvin Klein, Benetton, Givenchi o tantas otras similares, cuando en su propia ciudad las tienen iguales e incluso con precios más asequibles. Supongo que debe ser algún consejo que los psicólogos y psicoanalistas dan a sus pacientes con el fin de deshacerse de sus neuras.
Aunque parezca contradictorio con lo dicho anteriormente, debo confesar que a veces me dejaba caer por estas zonas o áreas consideradas, comercialmente hablando, como turísticas. Lugares como Oxford Street, Regent Street, Picadilly Circus, Tottenham Court, las callejuelas del Soho y sobre todo Charing Croos Road con sus innumerables librerías eran parte de mi circuito favorito, en el que por supuesto incluyo la zona del Covent Garden y Hyde Park e incluso porque no lo voy a reconocer, la tradicional Trafalgar Square. No pretendo justificarme, pero la razón de mis incursiones por estas zonas era generalmente para adquirir libros, discos e incluso ropa, aparte de poder observar la pintoresca fauna humana que habitualmente transita por allí. Otra razón era la enorme facilidad con la que podías enrollarte con tías que estaban de paso por Londres, sobre todo, norteamericanas en busca de aventuras en el Viejo Continente y españolitas en viaje de fin de curso que con la excusa de la alegría que produce haber terminado un ciclo, se abren a cualquier experiencia que a buen seguro no llevarían a cabo en su lugar de residencia habitual. También podías encontrar con cierta facilidad coñitos sudamericanos, sobre todo brasileños, argentinos y colombianos. En resumen, en esa época no faltaba material por las calles londinenses para echar un polvete.
Las drogas, al igual que el sexo, se conseguían fácilmente. Abundaban, y a diferencia de años posteriores, con una calidad inmejorable, incluso en algunos casos con una pureza de casi un cien por cien. Podías, si tenías buenos contactos, encontrar marihuana colombiana de excelente calidad, cocaína, igualmente colombiana, de una pureza inimaginable al día de hoy, LSD genuino, e incluso una amplísima oferta de anfetas y demás tipos de pastillas. Personalmente me incliné por la marihuana y la coca, tomando en sólo dos o tres ocasiones LSD. Del resto de la oferta pasé olímpicamente. Nunca me han gustado las anfetas ni las demás clases de pastillas que la peña se toma a puñados, tan solo un día probé una de éxtasis para experimentar que coño pasaba. Del suministro de cocaína se encargaba Kate quien estaba realmente enganchada, aunque ella lo negaba insistentemente una y otra vez. Siempre nos soltaba el rollo de que ella podía dejarla cuando le apeteciera, en cualquier caso, era quien nos proporcionaba el material y se encargaba de que no faltase nunca y siempre de la mejor calidad. Para ella el objetivo de la droga no consistía en la evasión, sino en aumentar el placer hasta el límite. En estado normal ya era bastante desinhibida así que bajo los efectos de la coca se desmadraba por completo. Como ejemplo recuerdo un día que estaba puesta hasta las cejas y me pidió que le frotase el clítoris con la coca mientras le introducía la polla por el culo. Se puso tan fuera de sí que se meó y se corrió al mismo tiempo, aparte de cagarse nada más sacarle la picha del culo. Según me contó después, cuando se recuperó del colocón, se le habían distendido todos los músculos del cuerpo, incluidos los del esfínter, de tal manera que le fue imposible controlarlos. Se quedó tan desmadejada, relajada y con un estado tal de laxitud que tuve que meterla en la bañera y lavarla como si se tratara de un bebé. Posteriormente me estuvo agradeciendo, durante bastantes días, que la hubiera tratado con tanta delicadeza.
Dana, por el contrario, no
necesitaba ningún tipo de droga para estar cachonda, alegre y feliz. A pesar de
ello era la encargada de proveernos de marihuana. Tenía un colega en el Centro
de Arte que se la pasaba directamente con una calidad insuperable, así que
todos estábamos apuntados en la lista de beneficiarios de tan exquisita planta.
Su verdadero vicio era el sexo al que podía, como ya he contado anteriormente,
aportar cualquier improvisación o idea disparatada que se le pudiera ocurrir.
En este aspecto era una auténtica cabezota y como se le metiera alguna idea
delirante en su cerebro, no había nadie capaz de hacerle comprender que
materializarla era del todo imposible. Experimenté en carne propia una de esas
ideas delirantes que de repente se le ocurrían. Intenté por todos los medios
convencerla de la incompatibilidad entre llevar a cabo su ocurrencia y no
meternos en un buen lío. No tuve éxito en esta empresa y al final, más por
evitar discutir con ella que por que me atrajese la historia, accedí a su
petición. Se le había metido en su linda cabecita que teníamos que echar un
polvo en uno de los bancos de una iglesia que estaba, para más cachondeo,
cercana a nuestra vivienda. El templo estaba completamente vacío y silencioso,
así que pensé que al final no sería para tanto. Cuando estábamos en el mejor
momento de la follada y a punto de corrernos nos pilló una tipeja, de esas
típicas beatas que pululan a todas horas por las iglesias, y se puso a gritar
como una auténtica demente, llamando a la policía y al cura. Nos pegamos un
susto de tres pares de cojones al oír a la tía histérica. El susto se volvió pánico
cuando le vimos el careto que tenía y nos fuimos de allí corriendo como
posesos, más que porque nos fuera a trincar la pasma – que casi nos coge – por
el acojone de lo fea que era la tía, que parecía salida de una película de
terror tipo “El Exorcista”. Una semana después volvimos a la misma iglesia y
vertimos en la pileta del agua bendita una botella con orina recién salida de
fábrica.
Cuando
llevaba en Londres más o menos un par de meses apareció, inesperadamente, Alma
procedente de París, donde había estado realizando un reportaje fotográfico
para una revista francesa de moda
juvenil. Según nos comentó, pasaría unos días con nosotros y después se
marcharía a Nueva York para realizar otros trabajos que tenía pendientes desde
hacía algún tiempo. Posteriormente supe que la realidad era muy diferente a la
historia que nos contó. El motivo de su marcha a Nueva York era huir de un par
de tipos a los que debía una gran suma de dinero. Alma y Kate ya se conocían de
haber coincidido en algunas ocasiones en Madrid. A pesar de que no tenían nada
en común, a excepción de la afición de ambas por la coca, se llevaban bastante
bien. El resto de las chicas no la conocían, pero Alma no tardó en sacar toda
su artillería de seducción y en poco tiempo las tenía comiendo en la palma de
su mano. Tenía una facultad especial para embaucar a cualquier persona, ya
fuera hombre o mujer, y hacer con ella lo que se le viniera en gana. Incluso
sedujo al bueno de Peter, misógino por excelencia, quien pensó que Alma era una especie de
ángel, limpia y ordenada. Cambiaría obligadamente de opinión una semana
después, cuando el ángel se convirtió en el demonio que realmente era. En una ocasión vomitó en el fregadero de su
cocina después un gran colocón. Posteriormente creyó que le había robado una
pitillera de plata y tres relojes antiguos de una colección que con gran
esfuerzo económico estaba creando, no volviendo a dirigirle le palabra hasta
algunos días después, cuando se descubrió que realmente no fue Alma quien se
había llevado estos objetos.
Pasó con
nosotros una semana y media que a mí me parecieron meses de auténtico caos.
Alma estaba pasando por una mala racha, quizás una de las peores de su vida, y
yo tampoco me encontraba en uno de mis mejores momentos, así que nos convertimos
en una mezcla explosiva. Desde el momento que apareció por el apartamento no
paramos de esnifar y beber. Comíamos lo imprescindible para sobrevivir, y en
los pocos y raros momentos en los que yo tenía una erección, follábamos hasta
la extenuación como si la vida nos fuera en ello. Al cuarto día de este
desmadre le vino la menstruación y se le ocurrió la brillante idea de no
ponerse ni bragas ni tampax ni compresas, así que se pasaba el día manchándolo
todo de sangre. Afortunadamente las chicas se lo tomaron con la típica flema
inglesa y no le dieron demasiada importancia, eso sí, las manchas de sangre
cada vez eran más abundantes y corríamos el peligro de coger alguna infección.
Al final fue Kate quien tomó el mando de la situación y convenció a Alma para que
se duchara con ella. Incluso la convenció para que se pusiera unas braguitas y
así evitar que lo pusiera todo perdido de sangre. Cuando salió de la ducha no
parecía la misma persona que minutos antes se había estado paseando desnuda por
la casa, embadurnada de sangre, esperma y demás sustancias. Su metamorfosis
había sido tal, que Dana quedó prendada de ella. Al final terminaron
acostándose juntas ya que tanto Dana como Alma eran bisexuales.
Kate, Alma y yo nunca
habíamos coincidido juntos en un mismo lugar hasta la visita de Alma al
apartamento. Un día Kate, precisamente para celebrar tal coincidencia, decidió
invitarnos a Alma y a mí a cenar en un restaurante chino. Para tan magna
ocasión decidieron ponerse sus mejores galas. Kate eligió para la ocasión un
conjunto de Armani que parecía diseñado expresamente para ella y que consistía
en una preciosa falda mini de tipo escocesa que iba a juego con un mini-top que
le tapaba sólo parte de los pechos, y eso que Kate no los tenía precisamente
grandes. Como complementos llevaba un par de botas altas, casi hasta las
rodillas, de color rojo bermellón, y para combatir el frío de la noche, escogió
un abrigo largo de piel, igualmente de un rojo intenso. Estaba totalmente
arrebatadora. Su pelo corto, teñido de un rubio dorado, y sus intensos ojos
verdes contribuían a irradiar una imagen difícilmente separable de la de las
habituales modelos que aparecen en revistas como Face, Vogue o Elle.
Alma no le
iba a la zaga. Su atuendo estaba compuesto por una super mini color celeste que
dejaba ver perfectamente las braguitas que llevaba debajo, una camiseta blanca
con el nombre en el pecho de su creador favorito: Calvin Klein, unas deportivas
también celestes, marca Reebok, a juego con una especie de anorak corto,
igualmente de la firma Calvin Klein. Su corto pelo rojo contrastaba con el
amarillo de sus ojos, conseguido gracias a unas lentillas que se había puesto
especialmente para la ocasión para que sus ojos verdes no compitieran con los
de Kate. Usaba un maquillaje muy suave que le daba un aspecto aniñado a la vez
que romántico, parecía más una adolescente que una mujer de treinta y tantos
años como realmente era, pudiendo competir con cualquier lolita adolescente.
La cena
transcurrió tranquila y sin sobresaltos, sólo interrumpida de vez en cuando por
alguna que otra escapada por turnos a los aseos para esnifar una rayita de
coca. Tras la cena acudimos a una fiesta
particular, que habían organizado unos amigos de Melissa y Kate con el fin de
celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Melissa, que fue a la primera que vimos
nada más aparecer por la fiesta, llevaba un traje negro muy ajustado y
escotado, corto, más bien yo diría super corto, con el complemento insólito de
unas botas de tipo militar. Su larga y rizada melena pelirroja complementada con sus innumerables pecas
alrededor de la cara delataban sin dudas su origen irlandés; estaba francamente
preciosa.
Dana había
llegado con bastante anticipación a la fiesta y llevaba ya algún tiempo
pululando por allí. Ella se había decidido por su habitual indumentaria de
“diario”, y llevaba puesto sus inseparables vaqueros Lee súper ajustados, con
una camisola que se había comprado en unas vacaciones en Ibiza. Como calzado se
había puesto sus también inseparables deportivas Nike de color rojo. El pelo se
lo había recogido en dos coletas, jugando también a dar una imagen inocente y
aniñada de adolescente desvalida. Al rato de llegar estábamos plenamente
integrados en el sarao y comprobamos que no faltaba absolutamente de nada.
Teníamos a nuestra disposición todo tipo de bebidas y drogas, precisamente fue
en esta ocasión cuando probé por primera vez auténtico LSD, sin ninguna
adulteración. Compartí la experiencia con Kate, teniendo ambos un buen “viaje”
durante toda la noche y parte de día siguiente. De pronto terminaban sus
efectos psicodélicos, y cuando menos lo esperábamos, volvían a aparecer, de
hecho, esta rara sensación se mantuvo en nosotros casi toda la semana sólo que
el fenómeno se fue espaciando a medida que pasaba el tiempo. Polly fue la que
se encargó de acercarnos a casa, pues al parecer ni Kate, Dana, Melissa ni yo estábamos en condiciones de ir por
nuestros propios medios. Alma apareció dos días después de esta movida sin
tener nada claro dónde había pasado todo ese tiempo. Sólo se acordaba de que se
había puesto hasta el culo de coca y de bourbon y de que se despertó hacía poco
tiempo en el apartamento de un tipo llamado Paul Z. que al parecer era el que
había estado con ella. Polly descubrió, por las referencias de Alma, que el tal
Paul Z. era un conocido presentador de la BBC adicto entre otras cosas al opio,
por lo que seguramente lo que habían ingerido ambos era esta sustancia, y por
eso Alma estaba tan descolocada sin recordar prácticamente nada de lo que había
hecho.
Kate se
quedó conmigo dos días en el apartamento, sin salir para nada, para entre otras
cosas dejar que se nos fuera definitivamente el efecto del LSD. Durante este
tiempo en que permanecimos casi en clausura, nos dedicamos a escuchar música y
sobre todo, a hacernos fotos en actitudes erótico-pornográficas. Incluso
dejamos que Polly nos dibujase, en varias ocasiones, follando o masturbándonos.
Llegó a dibujarme mientras, sentado en la taza del water, intentaba evacuar mi
intestino. A Kate la dibujó mientras se introducía por el coño y el ano los
objetos más inverosímiles y raros que encontraba por el apartamento. Melissa y
Peter –en compañía de George, el nuevo chico de este último- se lo pasaron
genial con todas las guarradas que se nos ocurrieron a Kate y a mí durante
estos dos largos días de encierro voluntario. Incluso Peter aprovechó el buen
rollito que teníamos para conseguir algo que había deseado desde que llegué al
apartamento: hacerme una mamada. La mamada que me hizo Peter la inmortalizó
Alma con su cámara, quien por cierto, ya se había reconciliado con Peter al
descubrir éste que realmente quien le había levantado los objetos que le
faltaron en su día fue el chico con el que convivía entonces. Polly también se
prestó a dejarse fotografiar por Alma mientras se meaba de pie con las bragas
puestas.
Supongo que
algo ocurrió en estos dos días entre Kate y yo, porqué a partir de este
encierro nos enrollamos como pareja. Hasta Alma, nada más llegar al
apartamento, se dio cuenta de inmediato de que había algo especial entre
nosotros dos. Según ella estábamos hechos el uno para el otro, así que se
dedicó a animarnos a que nos planteáramos incluso el vivir juntos. Afirmaba que
terminaríamos casados y con algún hijo adoptado.
Dos días
después acompañé a Alma al aeropuerto para que cogiera el avión que la llevaría
a Nueva York, según tenía previsto. Durante el camino hacia el aeropuerto
apenas cruzamos un par de palabras y de esas parcas palabras ningunas se
refirieron a nosotros dos. Nos despedimos con un beso pero justo cuando pasó el
control de pasajeros, detrás de las cabinas de detección de metales, me dijo
casi a gritos algo que me dejó aturdido y perplejo durante unos cuantos días
hasta que fui capaz de reaccionar. Según ella el motivo de haber viajado a Londres
no era otro que el de pedirme que viviéramos juntos, contestándome así a una
propuesta que yo le había hecho un año atrás más o menos, propuesta que ella no
aceptó en su momento y que incluso se negó a estudiar tajantemente, al menos
como una posibilidad de futuro. Pasado el tiempo, y a día de hoy, sólo me queda
de aquel momento el vago recuerdo de sus ojos llenos de lagrimas perdiéndose
tras la puerta de embarque y mi imposibilidad para poder decirle absolutamente
nada. Me quedé paralizado con la mirada perdida en aquella puerta por la que
desapareció Alma. Según parece, debí de permanecer bastante tiempo deambulando
por el aeropuerto, pues cuando llegué a la salida de la boca de metro cercana
al apartamento, me encontré a Kate esperándome con cara de preocupación.
Pensaba, debido al tiempo que había tardado en llegar, que me había ocurrido
algo.
Después de
la marcha de Alma, Kate y yo empezamos a mantener una relación más normalizada,
casi como la de una pareja convencional. Dedicábamos la mayor parte de nuestro
tiempo a estar el uno con el otro, incluso iba a recogerla, con bastante
asiduidad, a la salida de sus clases para dar un paseo juntos y así poder
disfrutar de una cierta intimidad. Pese a ello seguimos compartiendo la cama
con Dana, sólo que raramente follábamos ella y yo, sólo en alguna que otra
ocasión, coincidiendo con las veces en las que Kate tenía que marcharse durante
un par de días para realizar sus prácticas de vuelo, nos tomábamos la revancha
y follábamos a tope. Polly también aprovechaba las ausencias de Kate para
proponerme alguna de sus ingeniosas guarradas. Sobre todo solía pedirme que la
follara analmente mientras ella se masturbaba con un extraño artilugio que
había adquirido en un sex-shop que más bien parecía una araña peluda que un
vibrador, y que según decía la ponía a mil por hora.
Aparte de a
drogarme, beber y follar compulsivamente, dedicaba parte de mi tiempo a asistir
a eventos de índole cultural y artística. De hecho asistí, entre otros, a los
conciertos de Lou Reed, Ray Davis con sus antiguos compañeros de The Kinks, Van
Morrison – un concierto que no olvidaré nunca y en el que se superó a sí
mismo-, Deep Purple, Carlos Santana que por esa época estaba devaluado, Mick
Taylor, ex componente de los Rolling Stones quien me causó una excelente
impresión como músico pero una pésima visión como persona, estaba fofo,
descuidado en su aspecto y había perdido todo el glamour que irradiaba en la
época del LP Sticky Fingers, otro concierto memorable al que pude asistir fue a
uno de Eric Clapton que contó como
invitados nada más y nada menos que con Ringo Starr y George Harrison, todo un lujo. Tuve también
oportunidad de asistir a un concierto especial para la prensa musical
especializada que dio John Cale, que fue
uno de los miembros de The Velvet Underground. Fue una actuación a la altura de
la leyenda que representa, creo que no defraudó absolutamente a ninguno de los
críticos y entendidos en música que allí estábamos –privilegios de pertenecer a la denominada profesión “canalla”-.
Posteriormente pudimos conversar con él en una improvisada rueda de prensa,
donde a diferencia de su ex compañero Lou Reed, no eludió comentar anécdotas de
su etapa en The Velvet Underground.
Visité en
varias ocasiones el British Museum, la Tate Gallery y la National Gallery, para
ver sobre todo, en esta última, los excelentes Van Gogh, Monet, Manet y Cèzanne
que posee. También visité diferentes exposiciones que se celebraban por esos
días en Londres como la monográfica dedicada a Andy Warhol, otra de David Salle
y una extraordinaria de Lucian Freud que me impresionó por la intensidad
psicológica que reflejaban sus retratos, como si penetrara dentro del alma de
las personas que posan para él. Creo que es uno de los mejores pintores del
siglo XX, de los que actualmente aún están vivos. En cuanto al tema de la
fotografía, acudí fundamentalmente a exposiciones de las denominadas jóvenes
promesas, es decir, los nuevos valores en este arte, esperando ver algo
verdaderamente innovador. La verdad es que después de patearme innumerables
salas de exposiciones terminé aburrido y decepcionado, no puedo decir que viera
nada que realmente pudiera denominarse objetivamente como algo nuevo, todo era
repetitivo y basado en fórmulas ya trabajadas anteriormente, en una palabra
nada de nada. Todo lo que vi simplemente trataba de escandalizar con casquería,
desnudos provocativos en actitudes cuasi-pornograficas y demás guarradas por el
estilo, sin que nada se acercara a la sensualidad y la belleza que se puede
apreciar en fotógrafos como Mapplethorpe o Sally Man entre otros.
Otra de las
ventajas que tiene residir en Londres, es la oportunidad de poder encontrarte
cara a cara con Paul McCartney que desciende de un coche para entrar en un
conocido restaurante, o la inesperada sorpresa de la actuación del batería de
los Rolling Stones, Charley Wats y su banda en un pequeño local. Precisamente
viendo y escuchando a este genial músico de la escena de los años sesenta fue
cuando me ocurrió uno de los acontecimientos insólitos que también guarda
Londres para los que como yo la visitamos de vez en cuando. Al bajar a los
meódromos para evacuar las varias birras que ya me había bebido, me encontré
con que el urinario de tíos estaba ocupado por un par de tipos que estaban
echando la pota, como el asunto no era muy
agradable que digamos decidí sin más acudir al de tías que estaba junto
enfrente. Abrí con cierta precaución la puerta y tras comprobar que estaba
vacío me colé con la única y prometo que sana pretensión de mear con tranquilidad.
Cuando estaba más a gusto noté que alguien me estaba empezando a meter mano
por detrás, acariciándome los testículos. Sin dejar de mear, me giré para ver a
quien correspondía la mano que me estaba sobando descubriendo, para mi asombro,
que se trataba de una tía que me sonreía bobaliconamente, con un rostro que
evidenciaba un fuerte colocón. Su sobeteos terminaron por paralizar mi meada, y
en contrapartida, me produjeron una gran erección. Le metí la mano por debajo
de la falda y la fui introduciendo poco a poco, entre sus bragas, hasta
alcanzar su coñito. A la vez, con la otra mano, le acaricié los pechos por
debajo de la camiseta. No hizo falta que pasara mucho tiempo para que se
quitase la falda y se bajase las bragas. Se dio la vuelta y me ofreció su
generoso culo que ella misma se encargó de abrir con sus dos manos,
inclinándose para que le metiera la polla. Me dijo que la meara antes de
metérsela, o al menos eso es lo que yo entendí. Debí de entenderla bien porque
según la estaba regando se separó más aún las nalgas para que el chorro le
entrara bien por el ojete del culo. Cuando acabé de mearla me asió de la polla
con una mano y se puso a chupármela frenéticamente hasta que consiguió que me
corriera, tragándose hasta la última gota de semen. Después de esta mamada
intenté metérsela pero ella no quiso porque, según me comentó, tenía un miedo
terrible a contagiarse de alguna infección, así que volvió a trincarme la polla
y me hizo una buenísima paja para que me bajara la erección que me quedó
después de la mamada. Antes de abandonar el aseo, la tía sacó un espejito y
preparó cuatro grandes rayas de coca, invitándome a que me esnifara un par de
ellas. Debo confesar que nunca más en mi vida he probado una coca de tal pureza
como la que me dió a probar. Nada más esnifarla sentí como si galoparan por
dentro de mi cabeza una manada de toros salvajes, fue como una coz en la nuca,
en cualquier caso, sentí que me ponía a mil por hora, el corazón parecía que se
me iba a salir del pecho del acelerón que tenía. Salí del aseo a toda prisa en
busca de Kate, quien me esperaba arriba en la barra, para pillarla y echar un
polvo salvaje, pues la puta droga me había vuelto a poner la polla más dura que
un trozo de acero. No pude esperar a que llegásemos al apartamento, y aprovechando
el hueco interior del escaparate de un C & A, le medio arranqué las bragas
y le metí la polla hasta que sentí como le daba golpes con mis huevos. Ni
siquiera reparé en que había gente pasando a nuestro lado y que en muchos de
los casos se quedaban mirándonos. De lo que sí me di cuenta es que a través de
la puerta de cristal del establecimiento el vigilante nos estaba llamando al
orden. Estaba tan excitado que no paré hasta eyacular. Sólo entonces hice caso
al vigilante, que ya empezaba a mostrar síntomas de llamar a la policía, y nos
largamos sin guardarme la polla, pues después de caminar un rato me percaté de
que la llevaba colgando por fuera del pantalón.
Más o menos
cuando ya llevaba unos tres o cuatro meses en Londres, me enteré de por qué el
baño lo compartían Peter y las chicas. Todo tiene una lógica, sólo hace falta
encontrarla, y en este caso aquella zona compartida tenía una explicación
racional. En un principio ambos apartamentos habían formado parte de un todo,
es decir, aquello en origen era un solo piso en el que había vivido una típica
familia burguesa, hasta que un día el
matrimonio se divorció y ella, que fue la beneficiaria de quedarse con el piso,
decidió dividirlo en dos apartamentos con el baño compartido. Supe del asunto
porque un día de los que yo me encontraba solo en el apartamento llamó a la
puerta una tía que dijo ser la casera y que venía a cobrar la renta de la
mensualidad. Como yo no tenía ni puta idea, le abrí la puerta y le dije que si
quería podía esperar allí dentro a que llegaran las chicas y Peter que tampoco
se encontraba en esos momentos en el suyo. La pava aceptó de buen grado y
empezó a contarme que ella veraneaba en España desde hacía algunos años, ya que
tenía un apartamento en Altea, incluso conversaba bastante aceptablemente en
español. Después de ésto, fue cuando me contó lo de su divorcio y la
explicación del baño compartido, para a continuación preguntarme ella que qué
era lo que hacía yo en Londres. Sobre la marcha, me inventé la historia de un
reportaje que estaba haciendo sobre las diferencias entre las familias inglesas
y las españolas, por encargo de un suplemento dominical de un conocido diario
español. Con el simple ánimo de hacer más verosímil mi historia le propuse que
me sería muy útil realizarle, si ella aceptaba, unas cuantas fotografías para
ilustrar mi artículo, donde ella podría representar muy adecuadamente un
prototipo de la clase media burguesa. Para mi sorpresa aceptó de inmediato, así
que no tuve más remedio que improvisar unas cuantas poses con deferentes fondos
para que pareciera que estábamos en un hogar más convencional del que nos
encontrábamos. Después de tirarle diez o doce fotos, le comenté que tenía
suficientes para lo que necesitaba, sin embargo, observé que la tía estaba dispuesta
a que le hiciera algunas más, así que sin pensarlo mucho, le pregunté si le
apetecería que le hiciera algunas fotos desnuda. Por un instante creí que iba a
ponerse borde y me mandaría a tomar por culo, pero para mi sorpresa me sonrió
pícaramente y me dijo que sí, solo que con una condición, y ésta era que cuando
revelase el material le entregara a ella los negativos junto a una copia. A mí
me dejaba la opción de quedarme con otro juego de copias. Acepté de inmediato.
La tía aparentaba más o menos unos treinta y seis años y además se conservaba estupendamente
pues su piel no tenía la más mínima arruga, aparte de tenerla muy suave al
tacto. Se notaba que se pasaba bastantes horas del día dedicada solamente a
cuidar su cuerpo. Tenía unos pechos muy pequeños en proporción a su estatura y
envergadura, sin embargo no afeaba su aspecto para nada, todo lo contrario
llamaban más la atención por lo puntiagudos que los tenía para su edad. Otra
característica a destacar de su figura era su extremada delgadez, pero que
tampoco afeaba su aspecto. Lo que sí me sorprendió inmediatamente, nada más
verlo, fue su clítoris. Era descomunal y sobresalía ostensiblemente entre la
abundante mata de vello que cubría su coño. Nunca antes había visto un clítoris
semejante, ni he vuelto a verlo de ese tamaño nunca más. Depués de la sorpresa,
le hice fotos en diferentes poses y fui observando como la tía empezaba a
ponerse cada vez más cachonda. Una de las veces que me acerqué para indicarle
la postura en la que quería que posara, me atreví a pasarle la mano por el
coñete y comprobé que estaba húmeda a tope, así que empecé a meterle mano y a
mirar con todo descaro como le crecía aún más el clítoris. En un momento de la
excitación tuve conciencia de que aquello más que un clítoris era un
micro-pene, pues tenía en la punta un pequeño orificio por el que, según iba
poniéndose a tono, le empezó a salir una especie de liquido similar al que
expulsa el pene masculino como lubrificante para la penetración. De pronto la
tía empezó a correrse y comprobé que mi observación era acertada, ya que no
sólo mojó su coño sino que además soltó como una eyaculación por el micro-pene.
Cuando quise penetrarla no me dejó, indicándome que le producía daño ser
penetrada por el coño. Según me lo estaba contando observé que efectivamente
tenía un coño más bien infantil, así que sólo me dejó finalmente que la follara
por el culo. Por cierto, mientras yo bombeaba ella volvió a tener en erección
aquel curioso micro-pene. Pasado el tiempo, fui consciente de que aquella tía
en realidad era una especie de hemafrodita o algo similar, ya que en realidad
lo que tenía eran dos sexos sin desarrollar completamente.
Volví a
verla unos días después para entregarle los negativos y el juego de copias,
como habíamos convenido. Esta vez me citó en un restaurante cercano al Covent
Garden y se limitó a guardar las apariencias tratándome como si apenas nos
conociéramos. Me invitó a comer, me contó alguna que otra anécdota de sus
vacaciones en Altea y poco más. Terminado el almuerzo se disculpó diciéndome
que tenía que marcharse porque había quedado con una amiga para realizar unas
compras y que otro día, si podía, charlaríamos con más tiempo. No volví a verla
más. A partir de entonces dejó de cobrar personalmente las mensualidades, enviando
en su lugar a un gestor. Al parecer, a partir
de aquel
día, no volvió a dar señales de vida, según me contaron posteriormente las
chicas.
Kate y yo
fuimos afianzando cada día más nuestra relación. Cada vez pasábamos más tiempo
juntos e incluso nos planteamos la posibilidad de casarnos. El principal
obstáculo para llevarlo a cabo estaba en el hecho de que aún yo no estaba
divorciado, y ni siquiera sabía cuando podría conseguirlo, así que ante un
panorama tan incierto decidimos que nos casaríamos simbólicamente ante el
sacerdote de una doctrina hinduista, o mejor dicho, ante el supuesto sacerdote
pues posteriormente descubrimos que era más falso que una moneda de cartón.
Tanto al falso sacerdote como a los miembros del supuesto templo hinduista los
conocimos a través de Polly, ya que uno de estos individuos era compañero suyo
en la academia de diseño y estaba becado por su país de origen siendo, según
decía, nativo de Nueva Delhi. En cualquier caso, el tipo nos convenció, y tanto
Kate como yo accedimos a que nos prepararan el bodorrio. Por otro lado, el
hecho de que fuese una ceremonia tan fuera de lo común nos atraía mucho. En una
semana más o menos prepararon el evento, que no sólo consistía en la ceremonia como tal sino también en la
fiesta posterior al enlace. Como era de suponer los fulanos no eran hinduistas
ni nada parecido, eran simple y llanamente una panda de pirados y de cachondos
mentales a los que Polly había convencido para que montaran el tinglado y nos
hicieran creer que eran realmente seguidores del hinduismo. Eran, eso sí,
oriundos de la India pero más agnósticos que nosotros mismos en cuanto a
creencias religiosas se refiere. El día señalado para la ceremonia las chicas,
ayudadas por varias más de la supuesta tribu de hinduistas, se encargaron de
vestir para la ocasión a Kate, y en cuanto a mí fueron los chicos quienes me
vistieron, ayudados por Peter y sus amigos homosexuales. Cuando Kate apareció
en la nave industrial que habían preparado para la ceremonia y para el ágape
posterior, parecía más una puta tailandesa que una supuesta novia hindú, ya que
llevaba una especie de sujetador multicolor que apenas le tapaba las tetas, y
eso que no las tenía precisamente voluminosas que dijéramos. Por lo que se
refiere a la parte inferior del vestuario, le habían apañado una especie de
falda hecha con cintas que apenas servían para tapar a la vista de todos el
coño, que dicho sea de paso, lo llevaba al descubierto, sin bragas. En el
calzado tampoco se habían comido excesivamente el tarro ya que iba descalza.
Eso sí, le habían dibujado en diferentes partes de su cuerpo varios tatuajes
con gena y sobre la cabeza llevaba una especie de diadema, de las de reina por
un día. El maquillaje, a juego con la
indumentaria, parecía más de puta que otra cosa.
En mi caso
también llevaba varios tatuajes por el cuerpo de carácter marcadamente sexual,
pues eran casi todos penes de diferentes tamaños. Como vestimenta me pusieron
una especie de gayumbos verdes muy ajustados –parecían más bien unas bragas de
tía —con un orificio por el que me sacaron la polla. Ésta a su vez me la
sujetaron, para que no pendulara, con una cita alrededor del cuerpo. También
iba descalzo y con un exagerado maquillaje realizado por los amigos gays de
Peter. Aquello parecía más la celebración del día del orgullo gay que una
ceremonia para casarnos, aún partiendo de lo ilegal que ésta fuese a todos los
efectos.
La peña que acudió no desmerecía
en aspecto de nosotros, pues se habían apañado las vestimentas más absurdas y
surrealistas que cualquiera se pueda imaginar. Todos eran modelos adquiridos en
el mercadillo de Brick Lane Markert, dentro del almacén que se encuentra en
Sclater, donde se pueden encontrar toneladas de ropa de lo más variopinta y
rara del mundo. La verdad es que era como haber vuelto a los años sesenta pero
a lo bestia. Aparte del colorido sobra decir que llevaron drogas de todo tipo
para la ocasión, por lo que cuando llegamos nosotros la peña estaba ya de los
más animada. A fin de no cansar al lector con una extensa descripción demasiado
larga de los pormenores de la ceremonia, narraré sólo lo más representativo o
pintoresco del evento.
En el centro de la nave habían
instalado una amplia cama hecha con dos grandes colchones tapados con
diferentes telas y dos o tres grandes pieles de vaca. Por los laterales,
colgaban de unos ganchos un montón de penes de goma y algún que otro vibrador o
artilugio similar típico de los sex-shop a modo de decoración. Como parte de la
ceremonia, nos tendieron sobre el lecho a Kate y a mí para a continuación
darnos a probar diferentes drogas que
nos iban pasando primero a uno y después al otro. Al poco tiempo, estábamos tan
colocados los dos que apenas podíamos incorporarnos para beber una birra. A
partir de ese momento empezaron a desfilar tanto los tíos como las tías. A su
paso nos untaban una especie de grasa que olía como a jazmines y nos
proporcionaban un pequeño masaje en la parte del cuerpo que elegían. Con tanto
sobeteo y tanta droga empezamos a excitarnos. Cuando estábamos a tope de
cachondos empezó el rito que, según el supuesto sacerdote, haría que nuestra
unión fuese eterna. Tumbaron a Kate boca arriba y le separaron las piernas
abriéndoselas en forma de uve. El culo se lo alzaron poniendo un cojín debajo,
y en la vagina le medio introdujeron un huevo de gallina, huevo que yo tenía
que romper sólo con la ayuda de mi polla para de esta forma simbólica tomar
posesión de su coño. Así estaríamos unidos carnalmente para el resto de
nuestras vidas, ya que la virginidad del huevo representaba a no sé que
divinidad hindú relacionada a su vez con la fertilidad. Me costó la hostia romper con la punta de mi polla el jodido
huevo, además cuando por fin lo logré y penetré a Kate nos clavamos los restos
de la cáscara haciéndonos un daño de la leche, menos mal que con el subidón que
teníamos de las drogas llegó un momento en el que ya no sentíamos ni dolor ni
nada, simplemente follábamos a lo bestia y nada más, aparte que la peña seguía
toqueteándonos y manoseándonos por todos lados hasta que logramos corrernos. La
verdad es que fue una auténtica orgía de placer. Después de este polvo poco más
puedo recordar, pues tanto Kate como yo entramos en un viaje por haber tomado
LSD, lo que nos impidió seguir disfrutando de la fiesta que supuestamente se
daba en nuestro honor. Amanecimos al día siguiente, ya de noche cerrada, a eso
de las 3 de la madrugada, envueltos en meados, esperma y una especie de sudor
frío sobre la cama en la que había empezado todo el asunto. Sacamos ambos la
conclusión de que no nos habíamos movido de la cama desde el polvo que
recordábamos como parte de la ceremonia, así que seguramente por ese motivo
estábamos tan asquerosamente empapados de meadas, vómitos y demás lindezas.
Conseguimos darnos una ducha y adecentarnos un poco en los vestuarios que en su
día debieron usar los obreros de aquella nave dedicada a la industria, y
posteriormente Kate y yo nos marchamos a reponer fuerzas con un buen desayuno.
Quedamos tan tocados de la puñetera “ceremonia” que Kate se tuvo que estar un
par de días sin acudir a sus clases para recuperarse de la resaca. En mi caso
opté por marcharme a Hyde Park y tumbarme sobre la hierba a leer poemas de
Leonard Cohen y especialmente sus “Memorias de un Mujeriego”. En otros momentos
dejaba la lectura y me entregaba a profundas meditaciones sobre mi actitud ante
la vida, y sobre todo, la necesidad de crearme un proyecto, una meta o
cualquier otra mierda de cosa pero que al menos frenara un poco mi impulso
autodestructivo. También medité mucho sobre mi futuro regreso a Madrid y de
cómo debía enfocar mi divorcio.
Dos o tres
días después de esta historia recibí una postal de Alma desde Nueva York en la
que me comentaba, muy entre líneas, que tenía serios problemas y que
posiblemente en breve abandonaría esa ciudad, quizás - me decía - era posible
que volviera a pasarse por Londres para, si a mí me apetecía, regresar juntos a
Madrid. Efectivamente Alma tenía problemas, y no precisamente pequeños, ya que
posteriormente pude saber que le había levantado a un traficante de drogas casi
un kilo de coca para trapichear con ella sin pagarle ni un miserable dólar, por
lo que el tipo la estaba buscando por toda la ciudad de Nueva York, y allí los
camellos no tienen los mismos escrúpulos que los que se mueven en Madrid, que
se limitan a partirte un brazo o una pierna, aquéllos te empaquetan un traje de
cemento y te tiran en la bahía sin más. El caso es, que efectivamente, a los
pocos días se volvió a presentar en Londres. Venía demacrada y con un aspecto
lamentable. Parecía que había estado de peregrinación por la India más que en
la glamourosa y modernísima ciudad de Nueva York. Estaba tan delgada que hasta
le dolía el cuerpo al tumbarse en la cama. Las chicas se emplearon a fondo y en
un par de días parecía otra, recuperando gran parte de esa personalidad que la
hacía irresistible y seductora a cualquier hombre o mujer que se cruzaba por su
camino. Yo me dediqué a intentar devolverle la ilusión perdida proponiéndole
multitud de proyectos comunes. Era como si estuviera navegando por un mar de
tinieblas, sin visibilidad alguna. Hubo días en los que llegó a desesperarme su
actitud tan negativa, incluso me aburría su repetitivo discurso nihilista hacia
todo, así que en varias ocasiones me alejé ostensiblemente de ella, sobre todo
de lo que ella representaba. Sin embargo, había algo que me obligaba a
acercarme a ella e intentar ayudarla. Pasado el tiempo, creo sinceramente que
lo que de verdad nos unía eran más nuestras patologías que cualquier otra cosa,
hecho éste del que hablábamos algunas veces pero que en esa época ninguno era
capaz de admitir maduramente. Por otro lado, la llegada de Alma no cambió en
gran cosa nuestro ritmo de vida. Kate y yo seguíamos con nuestro rollo y
pasábamos juntos todo el tiempo que tanto los estudios de ella como las propias
circunstancias personales de cada uno nos permitían. A pesar de este buen
rollo, ambos intuíamos que faltaba poco para que aquel idilio se acabase, el
tiempo se estaba agotando porque en breve yo regresaría a Madrid. Volver a
vernos estaba condicionado, de alguna manera, a la decisión que yo tomase sobre
mi propia vida y el rumbo que decidiera seguir. En realidad era más una
clarísima actitud de inmadurez que cualquier historia pendiente, pero me negaba
a admitirlo, sobre todo, me negaba a formalizar cualquier compromiso que
implicara una responsabilidad a asumir, quizás por eso tenía tanto miedo a
enamorarme o a dejar que se enamorasen de mí, mi frase favorita por entonces
era: no quiero que te enamores de mí, simplemente se trata de echar un polvo y
nada más…
Cuando Alma se recuperó,
decidimos participar ambos en un curro que nos proporcionó un amigo de Dana que
trabajaba como publicista en una agencia que realizaba catálogos y campañas
publicitarias para varias firmas de lencería. El trabajo consistía en
fotografiar a varías chicas en ropa
interior para un catálogo y vallas publicitarias en el exterior de una
conocida cadena de almacenes europeos que presentaba su nueva colección de
lencería. El presupuesto era bastante considerable para el trabajo que teníamos
que realizar, por lo que no dudamos mucho en aceptar la propuesta de Teddy, el
amigo de Dana. Aparte del generoso presupuesto, otro atractivo añadido era la
absoluta independencia creativa que teníamos al no imponernos ninguna pauta a seguir.
Teníamos libertad absoluta tanto para elegir a las modelos como el tipo de
fotos a realizar, en pocas palabras, teníamos libertad total para hacer lo que
nos diera la gana, un chollo de esos que raramente se presentan en la
profesión. Rápidamente nos pusimos manos a la obra y alquilamos la nave en la
que precisamente habíamos hecho el paripé de la supuesta boda. Buscamos una
empresa que nos alquilara todo el material necesario, como cámaras, focos y
demás artilugios necesarios para realizar un trabajo profesionalmente decente.
La nave reunía unas condiciones muy favorables para el trabajo, en su momento
había sido utilizada en la fabricación de piezas para la industria naval, por
lo que mantenía un aspecto bastante idóneo para dar una imagen decadente y
extraña, utilizando como fondos las propias maquinarias viejas que aún se
conservaban en la nave, así como las propias piezas oxidadas que se prestaban
extraordinariamente para crear “ambiente” portuario. La elección de las modelos
preferimos dejársela a Teddy, pues aparte de que tenía una gran experiencia en
este terreno, conocía mucho mejor que nosotros las agencias que operan en
Londres. No nos defraudó en absoluto.
Alma
mejoraba ostensiblemente por días y estaba entregada a tope al trabajo, y al
menos delante de nosotros no se metía más de dos o tres rayas al día, cantidad
que para lo que ella acostumbraba era una nimiedad. En menos de una semana
teníamos todo preparado para fotografiar a las modelos. Iniciamos las sesiones
fotográficas un martes por la mañana y el jueves al mediodía habíamos terminado
el catálogo, eso sí, estuvimos trabajando una media de quince a veinte horas
diarias. Durante esos dos días incluso me permití echar un buen par de polvos
entre sesión y sesión con una de las modelos, de la que me había quedado
prendado desde que la vi por primera vez. La chica era una jovencita holandesa
que no aparentaba más de quince o dieciséis años y que en realidad había cumplido ya los
dieciocho. Acudió a las sesiones con una falda muy corta de tipo colegial, una
mini camiseta de color chicle con un dibujo de Mafalda, unas medias que le
llegaban hasta las rodillas y unas zapatillas deportivas con unos calentadores
azules, el pelo muy rubio recogido en dos coletas sujetas por unos graciosos
enganches que representaban a un diablillo comiéndose una manzana. Físicamente
era muy parecida a Kate Moss, modelo a la que, como tantas otras, ella imitaba
descaradamente. Quizás los ojos azul celeste de esta chica eran aún más
expresivos y vivos que los de la propia Moss.
Alma se dio
cuenta desde el principio del interés que esta joven modelo despertaba en mí,
por lo que procuró que cada vez que le tocara a ella posar para las fotos,
fuese yo el encargado de manejar las cámaras, incluso nos sirvió de interprete a
ambos pues la chica solo hablaba holandés e inglés, pero un inglés muy
germanizado por lo que entre lo poco que yo sabía de este idioma y su cerrada
pronunciación medio alemana nos era imposible entendernos. El asunto es que en
uno de los descansos me la encontré apoyada sobre una escalera de tijera, que
estábamos utilizando para que se subieran algunas de ellas, limándose las uñas,
y al pasar por su lado para recoger unos focos me sonrió picaronamente y se dio
la vuelta para ascender por un lateral de peldaños de la escalera, dando esto
lugar a que pudiera observar que iba sin
braguitas. Desde la altura se volvió y de nuevo me sonrió, esta vez haciéndome
señas para que me acercara y quitándose la faldita que dejó caer al suelo
dejando al descubierto su hermoso y juvenil trasero. Me acerqué, y con sólo
subir un peldaño de la escalera tuve a mi disposición tanto su delicioso culito
como su depilado y juvenil coñito, así que me puse a saborear ambas frutas
con denodado deleite por mi parte. No
tardó prácticamente nada en correrse,
hecho del que me percaté debido a la abundancia del flujo que salía de su
entrepierna, tanto que al principio pensé que se había meado. La bajé de la escalera y la apoyé sobre una
bancada de espaldas a mí para introducirle la polla por detrás. Cuando
estábamos follando apareció Alma, y ni corta ni perezosa empezó a tocarle a
ella el clítoris y a mí los testículos. La chica volvió a correrse nuevamente
con su chorro característico, empapando los pantalones de Alma. Después me corrí
yo y en ese momento Alma me hizo una mamada para que después se la metiera a
ella, cosa que así sucedió, corriéndonos ambos mientras la chica se masturbaba
mirándonos.
El segundo
de los polvos fue el último día, cuando acabaron las sesiones y se marcharon
todas las demás chicas y los restantes
miembros del equipo tales como peluqueros, maquilladores, etc. Ella, no sé
cómo, se las ingenió para esconderse y presentarse de pronto cuando Alma y yo
estábamos recogiendo el material fotográfico y apagando algunas luces,
pegándonos un gran susto pues parecía una aparición de otro mundo, ya que se
había desnudado completamente y solo llevaba un foulard alrededor del cuello.
La verdad es que si lo que pretendía era sorprendernos, lo consiguió
sobradamente. Casi con la misma actitud provocadora de la primera vez, me
invitó con la mirada a unirme a ella señalándose el coñito. Antes de darme
tiempo a reaccionar Alma ya estaba desnudándose para sumarse al asunto y
mirándome con descojone de risa al observar mi cara de sorpresa. Mientras yo me
iba desnudando, ellas empezaron a lavarse en las duchas la una a la otra,
frotándole la chica con una esponja en forma de picha –supongo que la llevaba
en el bolso—el clítoris a Alma. Cuando yo me uní a ellas, Alma le había abierto
con las manos el coñito a la chica y estaba meándoselo. Después de esta
escenita, la chica se agarró a mi polla y empezó a masturbarme, situación que
Alma aprovechó para terminar de ducharse y secarse. Posteriormente se marchó
para terminar de recoger las cosas que nos quedaban pendientes, y según me
comentó para esnifar un par de rayas pues estaba con una ansiedad brutal. Yo
opté por quedarme con la chica. Primero follamos de pie, mientras le metía el
dedo por el culo y le mordía suavemente el cuello, después de un rato de
bombear de esa forma, cambiamos de postura tumbándose ella sobre las toallas en
el suelo mientras yo se la tenía bien metida.
Empezó a sobarse los pechos y a tocarse el clítoris, e incluso observé que
se metió un dedo con saliva por el culo. De pronto me quede mirándola a la cara
y me di cuenta de que aquella chica se había colocado con algo, pues tenía la
mirada como perdida y la cara desencajada, no parando de moverse y de gemir.
Volvimos a cambiar de postura, esta vez, adoptando ella la de ponerse a cuatro
patas ofreciéndome en todo su esplendor el culo, sin embargo, cuando intenté
metérsela me fue imposible pues tenía el ojete completamente contraído a pesar
de que ella intentaba que se la metiera. Ignoro si anteriormente se la habían follado
por el ano, pero el caso es que a pesar de que yo no dispongo de un gran pollón
que digamos, no había forma. No obstante como ella insistía, llamé a Alma quien
se acercó a ver que ocurría. Cuando vio la escena y le expliqué la situación,
empezó a descojonarse de risa pero nos ayudó untándome vaselina en el pene,
producto que ella siempre llevaba en su bolso para ocasiones especiales.
Afortunadamente la lubrificación funcionó y al final logré que le entrara mi
picha hasta el fondo de su culito. La chica se puso como una loba y al poco
tiempo se corrió como de costumbre, casi como si echase una meada.
Al día
siguiente acudimos a la agencia a cobrar nuestro trabajo, que fue un auténtico
pastón, y como sabíamos que nos quedaba muy poco tiempo de estar en Londres
decidimos que teníamos que organizar una fiesta de despedida con toda la gente
que conocíamos y además regalarles a las chicas algunas cosas por lo bien que
se habían portado tanto conmigo como con la propia Alma. Así que decidimos
alquilar nuevamente la nave y organizar allí la fiesta de despedida. Como
además ya teníamos reservada la fecha del vuelo para Madrid dentro de cinco
días, nos organizamos de tal forma que pudiéramos utilizar los días que nos
quedaban para ir de compras reservando los dos últimos uno para la fiesta y
otro para estar sobrios y poder llegar, al menos a tiempo, para la salida del vuelo, hecho éste
en el que le insistí mucho a Alma pues no era la primera vez que ambos habíamos
perdido un vuelo por su culpa.
Con este
programa dedicamos el primer día a las compras con las chicas, y nos fuimos
Kate y yo por un lado y Dana ,Polly, Melissa y Alma por otro, así yo podía
tener ese día no sólo para hacerle algunos regalos a Kate, sino también para
estar solos los dos. Queríamos tener esta intimidad para intentar, en el poco
tiempo de que disponíamos, aclarar nuestra situación sentimental, y sobre todo,
diseñar o proyectar un futuro para ambos. Tomamos un desayuno en la cafetería
del hotel en el que me había alojado en varias ocasiones en mis anteriores
visitas a Londres y que a mí me encantaba por sus deliciosos cereales –no los
he encontrado en ningún otro lugar igual de sabrosos—y por la extraordinaria
mermelada de naranja amarga que tantos buenos momentos me deparó no sólo en ese
desayuno, sino en todos los que tomé con Polly que era igual de viciosa que yo
de esta ambrosía de los dioses. Después del delicioso desayuno nos fuimos
caminando por Malborouggh Street en dirección a Offord Street para realizar
nuestras primeras compras en el centro comercial situado en esta popular calle.
Como a Kate le chiflaban las bragas nos metimos en una pequeña tienda que hay
en este centro y le regalé un buen montón de ellas –sujetadores no, porque al
menos por esa época no los usaba--. Dimos una vuelta por el centro y se compró
también unas botas que se le antojaron nada más verlas. Eran rojas y forradas
interiormente de piel como de borreguillo, ideales para el frío londinense.
Aproveché también para regalarle unos calcetines de lana que vimos en una
tienda de deportes. Agotado el recorrido por el centro nos fuimos hacia las
calles aledañas al Covent Garden donde hay varias tiendas pequeñas pero muy
interesantes y variadas en ropas y accesorios. En una de ellas nos compramos
ambos un par de sudaderas a juego con el pantalón y unas zapatillas deportivas.
En una de las tiendas del Covent Garden,
de esas que venden cosas de plata trabajada, le regalé un conjunto de anillo,
colgante y pendientes. Kate me regaló a mí una preciosa petaca de plata con
incrustaciones de nácar –desgraciadamente dos meses después me la robaron de la
mesa en la que estábamos sentados un grupo de amigos en una cafetería en Berlín
-, también me regaló en una tienda cercana a la zona del Covent Garden tres camisas preciosas, de rayas con los
puños y el cuello en colores diferentes, además de tres pajaritas a juego con
ellas y unos gemelos con mis iniciales. Al mediodía almorzamos en una de las
cafeterías que están en el centro comercial de Offord, para descansar y
marcharnos después hacía Hyde Park donde
queríamos tumbarnos un rato sobre la hierba.
Estuvimos
un largo rato conversando sobre la posibilidad de que cuando Kate terminara sus
estudios de azafata de vuelo, se trasladase a residir en Madrid, sin embargo,
ambos éramos conscientes de lo quimérico que resultaba ese proyecto.
Simplemente se trataba de una mera ilusión, pues los dos sabíamos que ni ella
ni yo queríamos, en el fondo, comprometernos en una relación mínimamente seria,
así que finalmente decidimos que dejaríamos que fuese el tiempo el encargado de
poner cada cosa en su sitio. Era una buena forma de saber si nos echaríamos en
falta el uno al otro. Más relajados y distendidos después de esta larga charla,
nos animamos a jugar un poco sobre la hierba hasta que sin darnos casi cuenta,
terminamos echando un polvo con sabor a despedida. Ya no volveríamos a follar
hasta mucho tiempo después, cuando un día casi por casualidad nos encontramos
en Madrid, precisamente cuando ella era ya la pareja de otro amigo mío.
El día siguiente se lo
dediqué por completo a Dana con el fin de agradecerle la invitación que hizo
posible que pudiese pasar esos meses en Londres. Si no hubiese sido porque de
vez en cuando Dana me llamaba por teléfono para recordarme que seguía en pie la
oferta de irme a pasar con ella una temporada, posiblemente me hubiera olvidado
y difícilmente se me habría ocurrido pasar más de seis o siete días en Londres,
así que como estaba en deuda con ella, ambos nos fuimos de compras para así
poderle hacer algunos presentes como símbolo de mi gratitud. Después de
desayunar en una cafetería cercana a nuestro domicilio nos fuimos hacía
Kensigngton Churh Walk, a una pequeña y coqueta tienda que se llamaba Patricia
Roberts y que yo sabía que a Dana le encantaba. En esa tienda se venden unos
extraordinarios jerséis tejidos a mano. Ella no quería porque sabía que eran
extremadamente caros, pero después de utilizar un poco mis dotes de persuasión
logre por fin convencerla, sobre todo, cuando le dije que la pasta solo sirve
para darse de vez en cuando un capricho y que además era mejor invertirla en
una buena ropa que en trapillos de los mercadillos, que a la larga salen más
caros. Incluso le argumenté que siempre sería mejor comprarle algunas cosas
útiles que gastarnos la pasta en drogas, que era otra de nuestra inversión
habitual y que constituía la mayor parte de nuestro presupuesto. Fuimos en el
underground hasta la estación de High Street Kensington, y al poco rato Dana salió de la tienda con un paquete que
contenía un precioso jersey. Mereció la pena, sobre todo ver la cara de alegría
que llevaba. De allí nos dirigimos, también en el underground, a la estación de
Tottenham Court Road para comer en Mandeer, un restaurante vegetariano indio
cuya especialidad es el arroz oscuro frito con mantequilla y con katchoris.
Después de
comer nos fuimos paseando a la cercana calle de Charing Croos donde le regalé a
Dana varios libros relacionados con el periodismo y también aproveché para
comprar algunos para mí sobre fotografía, concretamente uno de Man Ray y otro
de Cartier-Bresson, aparte de uno que me fascinó sobre los Rolling Stones que
contenía unas espléndidas fotografías en blanco y negro de su primera época.
Desde allí nos dirigimos, para hacer un poco de tiempo hasta la hora de ir al Marquee
a escuchar a un grupo de rock, a un cercano cine por la zona del Soho, de esos
que proyectan en sesión continua. La verdad es que no recuerdo cuanto tiempo
estuvimos dentro, pues al poco de entrar y ver que estábamos prácticamente
solos nos pusimos a meternos mano y cuando nos quisimos dar cuenta yo ya
tenía a Dana sentada sobre mis rodillas
y con la polla dentro de su coño. Tras corrernos los dos, Dana se las ingenió
para acercarme su coño a mi boca de tal forma que pudiera comérselo a placer.
Mientras le toqueteaba sus nalgas y le introducía un dedo por el culo se volvió
a correr y entonces invertimos los papeles, ella se agachó y me hizo una mamada
hasta que logró sacarme con su lengua la última gota de esperma que me quedaba.
Después de esta agotadora faena nos quedamos tan debilitados que nos dormimos
apoyados el uno en el hombro del otro. Nos despertó, más o menos una hora
después, el ruido de otra pareja que estaba follando cerca de nosotros, debido
a los fuertes gemidos que la tía no paraba de emitir. Aunque se percataron de
que nos habíamos despertado y les estábamos mirando, ellos siguieron a lo suyo
como si tal cosa, incluso la tía se bajó al suelo para chapársela con
tranquilidad al pavo. Nosotros nos estiramos durante un rato para despejarnos,
nos levantamos y fuimos directamente a los aseos para echar una meadita antes
de pirarnos para el Marquee. En el baño nos metimos ambos en el de tías y
aprovechamos aparte de para mear, para prepararnos un par de generosas rayitas
de coca que nos fueran ambientando para el concierto. El efecto se hizo
presente rápidamente pues nada más metérnosla nos empezamos a sentir como una
moto. Antes de entrar al Marquee nos comimos un par de patatas asadas, pescado
frito con un par de buenas birras, además de fumarnos un par de petas de
marihuana entre los dos y meternos dos nuevas rayas que preparé sobre el espejo que Dana llevaba para retocarse el
maquillaje en su bolso.
Estuvimos en el Marquee viendo la
actuación y tomando birras hasta que notamos que de un momento a otro íbamos a
perder la consciencia debido al pedo que llevábamos, momento éste en que
decidimos largarnos y pillar un taxi antes de que nos fuera imposible llegar a
casa. Cuando entramos en el apartamento, nos encontramos a Alma y Kate que se estaban
preparando unas rayas de coca de la hostia, así que yo me sumé al festín
esnifando una de considerable longitud. Dana lió un gran canuto de maría que
fue pasándonos a todos para evitar el bajonazo que se preveía que nos iba a
venir después del mogollón de coca que llevábamos metiéndonos ese día. Al poco
rato estábamos tan colocados que ni siquiera podíamos ir hacía el dormitorio,
por lo que terminamos tirados en la moqueta del salón follando todos en un
confuso caos de piernas, brazos y sobre todo coñitos por todos lados. La imagen
que se me ha quedado más profundamente grabada en mi memoria de aquella noche
es la de Kate comiéndole el coño a Alma y Dana chupándome la polla. Amanecimos
envueltos los cuatro en una manta y un par de pieles de vaca que al parecer
Polly nos había echado por encima para que no nos congeláramos.
Sobra decir que al día siguiente
ninguno de nosotros estaba en condiciones de salir a la calle, así que nos lo
pasamos prácticamente durmiendo, y sólo al anochecer me animé a salir para
comerme una buena hamburguesa con unas patatas y beberme unas cuantas birras.
Convencí a Polly para que me acompañara, seduciéndola con la oferta de tomarnos
varias Guinnes, cerveza de la que era una autentica forofa. Nos abrigamos bien
porque hacía un frío del carajo y nos fuimos paseando tranquilamente al Dirty
Dick´s, un pub en el que además de beber podíamos comer. Volvimos al
apartamento después de tres horas en las que básicamente estuvimos disfrutando
de beber Guinnes como le había prometido a Polly, menos mal que en mi caso cené
un par de hamburguesas y una ración de patatas y conseguí aguantar el atracón
de cervezas, pero Polly no comió nada y se cogió un considerable pedal. Tal era
su estado etílico que al llegar al apartamento se empecinó en pintarme en
pelotas. Al final logré convencerla de que lo haríamos por la mañana, así que
la tumbé en el sofá y echamos un polvete de al menos una hora larga, pues yo no
lograba correrme. Cuando al fin lo conseguí estaba tan agotado que me quede
dormido en sus brazos.
El último
día antes de la fiesta, nos largamos nuevamente de compras. En este caso fuimos
Polly, Melissa, Alma y yo, a quienes quería igualmente agradecerles el buen
rollo con el que me habían acogido y tratado el tiempo de mi estancia allí. A
Polly le regalé una completísima caja de óleos con la que estaba encaprichada
desde hacía bastante tiempo, igualmente le compré varias braguitas que se le
antojaron en la tienda donde Melissa eligió escoger para ella un pijama, un par
de sujetadores, braguitas y unas medias con un liguero que tenía ganas de tener
y que nunca se había decido a comprar. Comimos los cuatro en la cafetería de la
National Gallery, lugar que yo había elegido para quedar citado con Patsy, la
joven modelo con la que estaba rayado desde las sesiones de fotografías que
habíamos hecho Alma y yo para el catálogo de lencería. Quería volver a verla y
despedirme de ella. Cuando estábamos terminando de tomar café, apareció Patsy
quien parecía una colegiala que venía del instituto, pues aparte de los pocos
años que aparentaba, llevaba para la cita una camiseta, vaqueros, zapatillas
deportivas y un amplio jersey de lana gruesa que la hacía aún más aniñada de lo
que realmente era. Alma volvió nuevamente a servirnos de intérprete pues a
pesar de que yo ya me iba defendiendo con el inglés, con esta chica no pillaba
ni media. Según conversábamos, se me ocurrió, sin pensarlo mucho, decirle a
Alma que le comentase, como si tal cosa, que me apetecía mucho despedirme de
ella echando un buen polvete en nuestro apartamento. Ignoro como Alma formuló
mi petición, pero el caso es que funcionó de puta madre, pues Patsy se volvió
hacía mí y poniéndome su mano sobre mi bragueta me dedicó una dulce sonrisa al
tiempo que afirmó con la cabeza y emitió un rotundo yes, que entendí a la
perfección. No hizo falta que Alma tradujera, lo había entendido sin tener que
utilizar las dichosas palabras de rigor que siempre hay que decir para echar un
polvo. Cogimos un taxi en la puerta de la National Gallery y nos largamos rápidamente
hacía el apartamento, pues yo estaba tan cachondo que fui empalmado todo el
trayecto. Nada más llegar, me metí en uno de los dormitorios con Patsy y empecé
el delicioso ritual de entretenerme en acariciar aquel joven cuerpo al mismo
tiempo que iba quitándole poco a poco la ropa. Permanecí con ella en el
dormitorio el resto de la tarde y parte de la noche, follamos en todas las
posturas posibles y exploramos nuestros cuerpos hasta conocer cada centímetro
de su piel, supongo que en parte era debido al poco vocabulario que podíamos
utilizar para comunicarnos oralmente, así que suplimos lo uno por lo otro. Fue
en definitiva, una de las experiencias más agradables y placenteras que he
tenido a lo largo de mis años dedicados a “disfrutar de la vida”, supera
incluso en mucho a las experiencias con los grupos de encuentro
psicoterapéuticos, dedicados al conocimiento sensorial del cuerpo, dentro de mi
aprendizaje como psicoterapeuta gestáltico. Cada cierto tiempo Alma entraba en
la habitación y nos fotografiaba mientras follábamos, o en esos otros momentos
en los que explorábamos nuestro cuerpo. Debió de tirarnos, al menos, seis o
siete rollos de película, que dos años después me encargué personalmente de
destruir, al enterarme que Patsy estaba empezando a ser considerada una modelo
bastante importante a nivel internacional. Al amanecer del día siguiente, sobre
las siete treinta de la mañana de un
frío día londinense, salimos Patsy y yo del dormitorio para tomar café con tarta
de manzana que Alma nos había preparado. Justo cuando estábamos desayunando
aparecieron Dana y Kate que venían de haber estado toda la noche en una fiesta.
Se sumaron al desayuno con nosotros, acostándose después un rato para estar
frescas y lozanas para la fiesta de nuestra despedida. Polly y Melissa se
levantaron hacía las nueve y después del desayuno se marcharon a la nave para
ultimar los preparativos de la fiesta. Patsy se acostó nuevamente conmigo en el
sofá y nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro – esto último lo sé,
porqué Alma volvió a hacernos más fotos -. Hacía las cinco de la tarde nos
despertamos y no había absolutamente nadie en el apartamento ya que Alma, Dana
y Kate, se habían marchado también al almacén. Patsy me dijo que tenía un
mogollón de hambre, así que prepare
varias cosas para reponer fuerzas y prepararnos para ir a la fiesta de
despedida. Sin embargo, pasó algo que cambió todo el plan previsto de antemano,
es decir, acudir a la fiesta. ¿Qué fue lo que nos hizo cambiar el plan?, Pues
simplemente que descubrí una nota que Alma había dejado para mí, en la que me
animaba a disfrutar hasta el último segundo de Patsy, ya que en un momento en
el que yo estaba meando, ella le había comentado que no quería acudir a la
fiesta, sino aprovechar aquella última oportunidad de estar conmigo a solas,
además me decía en la nota, que fiesta como aquellas ya las habíamos vivido en
multitud de ocasiones, pero el que una chica se quedara tan engachada de mí
como lo estaba Patsy, era una cosa que tenía que aprovechar. También me indicaba
que fuera lo más sensible y tierno posible con ella, pues realmente la chica se
había enamorado de mí, y lo iba a pasar muy mal cuando tuviéramos que
despedirnos. Tomé buena nota del mensaje de Alma y decidí no acudir a la
fiesta, así que se lo indiqué como pude a Patsy, que me sonrió con ternura.
Comimos y después preparé un par de rayas para los dos, llené una pipa de
marihuana y nos la fumamos tranquilamente mientras nos acariciábamos
mutuamente.
Pasado un
rato, estábamos los dos bien colocados. Patsy sacó de su bolso cuatro pastillas
y me dio un par de ellas a mí, tomándose ella las otras dos. Debió ser éxtasis lo que me dio porque tuve
un subidón rarísimo y sólo recuerdo que empezamos a follar como auténticas
bestias. Era como si no tuviéramos ningún control sobre nosotros mismos, nos
mordíamos, nos arañábamos, e incluso nos metíamos mutuamente los dedos por el
culo, era como si solo buscáramos el placer por el placer. Lo peor de todo era
que a mí no me bajaba la erección, aparte de tener una absoluta imposibilidad
para eyacular, llegando por momentos a tener una sensación como de tener la
polla separada del cuerpo. Noté que Patsy también tenía sensaciones anómalas
porque hubo momentos en los que se quedaba con la mirada perdida mientras se
frotaba indiscriminada y frenéticamente el clítoris y el culo, estaba como
catatónica a la vez que hiperactiva. Hacía la medianoche dejé de esnifar e
intenté que ambos nos relajáramos, al menos un poco, pues yo empezaba a sangrar
por el pene –lo tenía completamente despellejado—y Patsy tenía además del ano
desgarrado y sangrante, el coño en carne viva. Lo más jodido de todo era que no
percibíamos el más mínimo dolor, más bien todo lo contrario, un placer cercano
al sadomasoquismo. Dos horas después de dejar de esnifar coca y fumar maría,
logramos relajarnos un poco y nos tumbamos para intentar dormir algo.
Nos
despertó Alma por la mañana, para ayudarnos a ducharnos, ya que estábamos en un
estado lamentable de suciedad. Nos encontró empapados en una mezcla de meados,
esperma, sangre y vómitos, ya que alguno de nosotros debió de echar la pota
mientras dormía. Casi no podíamos ni caminar a la ducha. Entre Alma y Polly,
que también acababa de llegar, nos introdujeron en la bañera y ambas se
pusieron a lavarnos con la ducha de manguera. Estábamos hechos una autentica
mierda, parecíamos más un despojo que un ser humano, habíamos llegado al límite
de la razón y la lógica. Tras ducharnos nos volvieron a llevar a la cama y nos
dejaron dormir nuevamente hasta cuatro horas antes de que yo tuviera que
vestirme para coger el vuelo hacía Madrid. Alma me ayudó a despedirme de Patsy
y hacerle comprender que era imposible tener algo más de lo que había tenido
conmigo. La convenció de que eso era lo mejor para ambos, pues ella era aún muy
joven y tenía toda una larga carrera que emprender por delante, debía luchar
por las metas que se había propuesto al llegar a Londres y sobre todo no
defraudar a la gente de la agencia que tan bien la habían acogido. Alma se
enrolló de puta madre con nosotros dos, pues llegó incluso a acercar a Patsy
hasta su apartamento para comprobar que se quedaba más o menos tranquila y en
compañía de las chicas que compartían con ella la vivienda, que eran también de
la misma agencia de modelos que Patsy. Incluso les dio algunos consejos, por si
le venía un bajón. Yo no las acompañé, pues entre otras cosas, tenía que
terminar de recoger mis cosas y empaquetarlas en la mochila, aparte de que me
sentía física y psicológicamente deshecho. Me costaba un horror realizar
cualquier cosa que requiriera el mínimo esfuerzo, al final Melissa, Dana, Polly
y Kate optaron por ser ellas quienes se encargaran de prepararme la mochila. Me
despedí de ellas en la misma puerta del apartamento, porque no quería bajo
ningún concepto que nos acompañaran al aeropuerto –siempre he odiado las putas
despedidas -. Peter y su compañero nos ayudaron a Alma y a mí a bajar el
equipaje y a buscarnos un taxi. Me despedí de Peter y de su amigo. El tiempo
que transcurrió desde ese momento hasta que me vi sentado en el asiento del
avión se borró de mi memoria. Según me contó Alma tiempo después, fui todo el
camino como un autómata, con la mirada perdida y sin emitir palabra alguna por
lo que ella me cogió la mano y no me la soltó hasta bajarnos del taxi. En el
aeropuerto me dejó sentado, mientras ella se encargaba de facturar nuestro
equipaje y sacar las tarjetas de embarque, después me llevó a la cafetería y me
hizo tomar una infusión de manzanilla. Después de ésto ya fue cuando me
encontré sentado en el asiento rumbo a Madrid. Atrás quedaban seis meses en
Londres, donde me dejaba no sólo muchos amigos y amigas, sino también un poco
de mí, regresaba a casa con nuevas heridas, algunas de las cuales estaba seguro
que iban a costarme un largo tiempo cicatrizar. La más difícil, era sin dudas,
la de Patsy, que me había robado un poco de mi pequeña parcela dedicada a los
afectos. La otra también difícil de curar, a medio plazo, era la de Kate,
¿volveríamos a vernos nuevamente?, ¿habíamos sentido de verdad auténtico
enamoramiento, o sólo había sido un encoñamiento de ambos?. Muchos
interrogantes y preguntas para un cerebro como el mío que aún estaba bajo los
efectos de diferentes drogas y del agotamiento psicológico que ya arrastraba de
mucho tiempo atrás. Cerré los ojos, me tumbé sobre el hombro de Alma, y me dejé
llevar hacia lo más profundo de mi inconsciente… Cuando desperté estábamos
aterrizando en el aeropuerto de Barajas en Madrid, pero eso pertenece ya a otro
capítulo de mi inestable vida.
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